Capítulo 8

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Abrí de a poco. Primero, pude notar que la chimenea estaba prendida y que eso hacía que la habitación estuviese en sobremanera cálida. Pero a pesar de eso, no era un calor acogedor; era un calor amargo y que hacia querer librarse de él. Junto a la chimenea, estaba la dama sentada en un sillón de tapiz verde, mirando al fuego. Me acerqué en silencio y me puse de pie frente a ella. Comenzó a hablarme, pero no levantó su vista de las llamas:

-Señorita Edwards- comenzó- he oído que es usted una gran fanática de las caminatas matutinas. ¿No es así?-

Hizo silencio como esperando que le contestara. No lo hice. Me mantuve en silencio. Ella siguió.

-Bien, veo que por fin logra permanecer en silencio. Está bien, seguiré hablando yo. ¿Es esta la primera vez que está de visita en una casa tan grandiosa como esta?-

No pude contenerme más ante la arrogancia de la mujer:

-No-

Ante mi intento de comenzar a hablar, la mujer dio un grito de exasperación:

-¿Cree usted que yo la he llamado para que hable conmigo? ¡Usted ha venido a escucharme a mí!-

Dentro de mí, bullía un enojo apasionado que sabía que dentro de poco explotaría. Pero supe que la mujer ya lo veía venir, ya que me dijo:

-Esa mirada... de insolencia y petulancia. ¿Piensa que lograra intimidarme? Pues piensa mal, señorita...-

Exploté.

-¿Piensa que lograra intimidarme usted a mí? No le tengo miedo, en absoluto. Usted me odia sin motivo alguno, a pesar de que no he hecho nada para ganarme su enemistad. Estos dos días me ha insultado frente a mis tíos de maneras que jamás había creído posibles para una dama de su posición y educación...-

Antes de que pudiera seguir hablando, la mujer me dijo, con maliciosidad:

-¿Y qué han hecho sus tíos para defenderla? ¡Nada! Se han quedado mudos ante mis declaraciones... ¿no le da eso algo en que pensar?-

Por mi mente pasaban las imágenes de las comidas y los momentos de vergüenza que había pasado hasta el momento, y con rabia podía ver también a mis tíos en silencioso acuerdo con la mujer que estaba ahora enfrente de mí. El color subió a mis mejillas y respondí, acercándome a ella:

-¿Sabe qué? Tiene usted razón. Mis tíos han estado de acuerdo con usted en todas las atrocidades que me ha dicho. Pero, ¿adivine qué? No es de mi importancia. Si creía que con ese solo argumento lograría derribarme, estaba muy equivocada...-

Me di vuelta para irme, cuando ella me gritó por detrás, a la vez que se ponía de pie:

-¿Cree que he terminado? ¡Oh! Está muy equivocada. No se irá usted de esta habitación hasta haberme dicho por qué ha salido a pasear hoy por la mañana-

La petición me confundió un poco. ¿Por qué le importaba tanto el motivo por el que había salido? Pero no me importaba, ya estaba furiosa y no pensaba que esa mujer siguiera interviniendo en mis asuntos personales.

-No es de su incumbencia- le dije, mientras me seguía yendo.

Fue en ese momento cuando ella soltó las palabras que jamás me hubiera esperado:

-¿Lo ha visto usted?-

Esta vez sí me volteé y la miré completamente anonadada. Por la mente me cruzaron las imágenes del caballero del campo. Pero no pude contestar a nada específico, por lo que solo la seguí observando. Ella me miraba victoriosa. Por mi reacción, ella ya había deducido que sí lo había hecho.

-Con que lo ha visto. Pues, déjeme aclararle, señorita, que jamás lo volverá a ver. Él es solo una ilusión, una fantasía. Y- se acercó a mi peligrosamente, al punto que veía las llamas de sus ojos verdes- si se atreve a decirle a alguien más sobre él o sobre esta conversación, le aseguro que no solo haré los días que le quedan de esta visita miserables, sino que él también sufrirá por su impertinencia...-

Sin pensar en lo que estaba diciendo, le dije:

-¿Y cómo piensa hacerle eso?-

-Tengo mis maneras. ¿De verdad quiere saber de lo que soy capaz?-

Y con eso, se alejó de mí, tomó el picaporte de la puerta, lo giró con elegancia y la abrió. De pronto, su rostro pasó a ser el de un ángel, encerrando y dejando confinada a la bestia que acababa de ver en la biblioteca.

-Que placentera charla, señorita Edwards. Es un placer tenerla aquí con nosotros. ¿Me honraría tomando el té conmigo?-

No pude hacer nada más que salir corriendo de esa habitación. Ni siquiera miré hacia atrás cuando oía que la puerta de la biblioteca se cerraba. No me detuve cuando me choqué con la señora Harris, y mucho menos con mis tíos. La dama había tenido la razón en ese punto. ¿Cómo podían haberme hecho esto? Cuando llegué a mi cuarto, cerré la puerta detrás de mí, impidiendo el paso de la señora Harris que me había estado siguiendo. Me tomé la cabeza entre las manos y sentí como las lágrimas comenzaban a fluir. Lloraba de ira, lloraba por la impotencia. Si ella me hubiese amenazado solo a mí, no me hubiera preocupado tanto. Pero, el caballero del campo... ¿Quién era? ¿Qué relación tenía con esta malvada mujer? ¿Dónde estaba? Por lo menos, ahora estaba segura de algo, él estaba en esa misma casa... ¿o vivía en el pueblo? ¿Por eso había podido desaparecer tan deprisa? Caí en una completa confusión y estado de ira que me duró toda la tarde. Solo lloraba e, internamente deseaba, que el joven pudiese estar allí. Solo para decirle, solo para advertirle.... En medio de tan desesperado llanto me quedé dormida.

Desperté cuando llamaron a mi puerta. La voz de la señora Harris sonaba del otro lado:

-Por favor, señorita. Salga. La cena está lista. Venga a cenar. Por favor, se lo ruego...-

Ni siquiera el piadoso ruego de la mujer me hizo abrir la puerta. Con el rostro enrojecido de tanto llorar y con las manos entumecidas por el frió, me levanté y me dirigí a la ventana. El sol ya se había ocultado y todo comenzaba a oscurecerse. La pobre mujer seguía insistiendo ante mi puerta, hasta que le dije:

-Lo lamento, señora Harris. Pero no bajaré a cenar hoy. No me siento bien-

-Pero podría traerle algo. Debe usted comer-

Era cierto, lo único que había comido en ese día había sido una manzana... El recuerdo hizo que mi corazón se comprimiera de nuevo.

-No, no debo. Le ruego que se retire, por favor- le dije.

No se volvió a escuchar su voz detrás de la puerta. Sí la de mis tíos, que vinieron a ver como estaba después de la cena, pero tampoco les abrí. No permití que nadie entrara a mi habitación esa noche, aunque nadie se atrevió a molestarme tampoco, por lo que ni siquiera la señora Harris entró para cerrar la ventana. Esa noche quedó abierta.

Debajo del BalcónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora