Steferine

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Advertencia: No.

El baile estaba acabando que tan apasionadamente había conmovido a todas las personas que se habían agrupado en parejas para poder bailar esa dulce melodía escrita por algún célebre genio musical que triunfó hace siglos, cuando todavía la búlgara vampiresa recorría el mundo buscando un lugar seguro que el híbrido original no hubiera pisado todavía. Sin embargo, ella no sabía que lo único que tenía que hacer para encontrar ese hogar que tanto ansiaba, era cruzar el océano Atlántico y visitar el pequeño pueblo fundado por el mismo grupo de familias que estaban aquel día reunidos celebrando el decimocuarto año desde que colonizaron aquellas fértiles y vírgenes tierras que en su día habían pertenecido a brujas que fueron quemadas por sus pecados y de las que nadie nunca sabría sus respectivos nombres.

De entre todos los allí reunidos, la pareja que más resaltaba era la formada por el apuesto Stefan Salvatore y la joven Katherine Pierce. Ambos eran el mayor foco de atención para los que estaban a su alrededor observando sus impecables movimientos que hacían y las miradas de amor platónico que se daban el uno al otro. Prácticamente como si fueran la viva imagen de un romance tan entrañable que muchos de los presentes dejaban espacio cuando iban a pasar.

Todos parecían idolatrarles. Todos menos uno; Damon Salvatore.

Damon no parecía simpatizar con ellos dado que la quería igual o más que su hermano. La única diferencia era que esta parecía haberse decantado por uno de los dos y desde luego no era quien él esperaba. Fue por ese motivo que a lo largo de toda la fiesta, estuvo observándoles mientras el corazón se le rompía con cada caricia que ambos se daban involuntariamente.

En un momento determinado, el menor de los hermanos paró en seco para sacar algo de su bolsillo trasero. Katherine sabía perfectamente lo que era ese preciado objeto que había estado ocultando todo el día. Pero no podía lidiar con la rota mirada que aquellos ojos azules como el océano le estaban dando. Así que, ante la duda entre romper definitivamente un corazón u otro, la chica echó a correr para salir de la escena sin importar las negativas opiniones de la gente que derivarían por dejar plantado al que era el amor de su vida.

Encontró refugio en el bosque que rodeaba la mansión de los Salvatore y pasó horas vagando por las cercanías sin alejarse mucho del lugar para no perder de vista el único hogar que tanto le había costado encontrar y costado sangre y lágrimas para por fin haberlo conseguido.

En el silencio hallaba la tranquilidad que necesitaba. Había vivido 300 años de esa manera y nunca había sentido la necesidad de apagar su humanidad porque se había adaptado al sonido de la nada. Tan sólo su respiración marcaban el ritmo que la acompañaba todos los días de su muerte y la protegía de grandes enemigos que la acechaban entre las sombras como era el milenario Niklaus Mikaelson, entre otros.

No pasó mucho tiempo en percatarse de que alguien la llevaba siguiendo todo este tiempo escondido entre la maleza y para cuando quiso averiguar quien era, un rostro familiar emergió de entre la oscuridad. Era él, Stefan:

―No quería asustarte ―comenzó―. Tan sólo quería darte esto ―dijo a la par que se arrodillaba ante ella y dejaba que la luz de luna iluminase el diamante que estaba incrustado en el anillo que este le tenía preparado para la persona que más amaba en el mundo― Katherine Pierce, ¿quieres ser mi esposa?

Esas palabras resonaron en su cabeza en un instante que duró una eternidad. Y finalmente, cuando recuperó el habla de nuevo, pudo responder ante tal proposición inesperada:

―No puedo aceptarlo, Stef ―sentenció esta con el corazón encogido en un puño.

―No es una pregunta, sino un regalo ―afirmó este.

―Entiendo que sientas ciertas cosas por mi, pero lo que estamos haciendo ―dudó por un momento― está mal. Tú tienes una vida entera por delante y si te unes a mí, heredarás todos los enemigos que tengo y no quiero ponerte en peligro.

―Mi padre es un gran aristócrata, seguro que podrá deshacerse de cualquiera que te esté amenazando.

―Es más difícil de lo que aparenta ser...

―¿Por qué intentas quedar como la víctima? Si prefieres a mi hermano antes que a mi, tan sólo dilo y acabemos de una vez con lo que sea que estemos haciendo ahora.

―Porque yo te amo con todo mi ser, pero no puedo aceptar tal propuesta.

―Si me amaras de verdad no estarías diciendo semejantes cosas.

Y fue ahí cuando Katherine sintió unas mariposas en el estómago que por experiencia, sabía que tenían que salir sí o sí en cualquier momento. Era cuestión de tiempo todo lo que había intentando ocultarle saliera algún día a la luz.

En un abrir y cerrar de ojos, las venas que circulaban la sangre de víctimas de su voraz apetito, comenzaron a marcarse a la par que sus ojos se tornaron oscuros como el cielo nocturno que cubría sus cabezas. Sintió como la expresión de su rostro cambiaba completamente hasta tal punto que dejó caer el anillo al suelo:

―No soy como tú, Stefan.

Hubo un momento de tensión en el que los dos prácticamente podían escuchar el latido del otro sin ninguna complicación. Hasta que el joven lo rompió:

―Puede que por fuera seas un monstruo, pero por dentro sé que se esconde un corazón que siente. Si crees que eso me será un impedimento para amarte, estás muy equivocada.

―Pero, tu padre...

―Cuando acabé la guerra, haré un hogar lejos de aquí en los que viviremos felices por siempre jamás y nadie pueda separarnos nunca.

Y fue con ese beso, que ambos consumaron el amor que sentían el uno por el otro.

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