Prólogo

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Un nuevo año escolar, para mí, el penúltimo antes de irme de este horrible lugar, hacer una FP y largarme a trabajar lo más lejos posible que pueda, alejarme de mis padres y de lo que todos piensan que es "La vida perfecta"... o bueno, eso es lo que me gustaría hacer, pero, sabiendo como son mis progenitores, estoy completamente seguro de que me obligarán a ir a la universidad y terminar una carrera, como cualquier padre quiere con su hijo.

Con este pensamiento dándome vueltas por la cabeza una y otra vez, taladrándome hasta los tímpanos, me levanto de la cama para prepararme.

Me llamo Thomas O'Brien, tengo dieciséis años, cumplo el 30 de mayo y soy el chico "perfecto".

Vivo con mis padres en la típica casa de ricos envidiada por todos, mi madre trabajando desde su despacho con el auricular en el oído todo el día y mi padre siempre fuera, la típica historia de niño al que nunca le faltó de nada

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Vivo con mis padres en la típica casa de ricos envidiada por todos, mi madre trabajando desde su despacho con el auricular en el oído todo el día y mi padre siempre fuera, la típica historia de niño al que nunca le faltó de nada. Estoy en el grupo de los populares, como no, y soy el sub capitán del equipo de baloncesto del instituto. "Los chicos del Claro". Mi madre me tiene como un muñeco, hago castings para obras, toco la guitarra, sesiones de fotos... todo para complacerla, pues no pudo llegar a realizar ninguna de estas actividades de joven y quiere que sea yo quien lo viva por ella, que lo diga en alto es otra cosa. Mis padres están en proceso de divorcio, así que, si quiero algo, no tengo más que pedirlo y lo conseguiré en menos de tres días, que suerte la mía ¿No?

Creo que si mis padres supieran que consumo drogas, me cortarían la cabeza.

Me pregunto si realmente el fin justifica los medios. Sufro fuertes ataques de ansiedad y soy una persona bastante nerviosa, en lo que a mente se refiere. Tener que estar siempre por encima del listón me enerva todos y cada uno de mis días de vida, necesito algo que me tranquilice para poder ser ese chico que siempre lo tiene todo bajo control y no entra en pánico desenfrenadamente. No es por llamar la atención, ni mucho menos, es por necesidad. Ya sé de sobra que tener dependencia a las pastillas cuando tienes mi edad no te lleva a nada bueno, son demasiadas las charlas sobre lo mismo en el instituto, desde que llegas a la ESO hasta el bachillerato, pero se me da bien hacer oídos sordos al tema.

Una ducha rápida, me seco, doy unas vueltas por mi armario, agarro unas cuantas prendas y me visto con toda la tranquilidad del mundo, que le den al tiempo que acabo de ahorrar en la ducha, no tengo ganas de llegar temprano a clase, hoy no. Calcetines negros, zapatos y pantalón del mismo color, camiseta gris y una camisa abierta de cuadros azules y negros. Mis dos pulseras favoritas, una me la dio mi vecino, Chuck, y otra mi abuelo hace ya mucho tiempo. Agarro mi mochila con lo necesario para el primer día, que no es mucho, y salgo de mi cuarto aún con el pelo un poco mojado.

Mi madre está en la cocina, haciéndose tostadas y un zumo de lo que pienso que son Kiwis y mandarinas. Siempre he pensado que aquí podrían vivir unas cuatro familias y aún quedaría espacio de sobra para meter siete mascotas. Es una casa bastante fría cuando te encuentras solo en ella, demasiado amplia como para querer quedarte sin nadie más –Buenos días, Thomas.–

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