Capítulo 3. Interrogantes

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-Se… sentimos haber entrado así a su casa-dijo Daniel tartamudeando por el susto.

-Hemos… hemos tocado para pedir el teléfono porque nos hemos perdido pero no había nadie y como la tormenta ha estallado fuera no pudimos salir-dijo Josh a la carrerilla y sin respirar.

-Pero ya nos íbamos-completó rápidamente Mel, la mano de Daniel seguía apretando la suya tras su cuerpo.

-No-contestó rotundo el extraño hombre, luego suavizó un poco el tono de voz-, no podéis iros chicos, mirad la que está cayendo… ¿habéis encontrado ayuda por teléfono?-todos negaron con la cabeza, aun con el miedo en el cuerpo y la desconfianza en sus expresiones-, entonces la tormenta ha debido cortar las conexiones... Podéis quedaros aquí hasta que amaine.- El hombre caminó hacia dentro, hasta llegar al salón, luego giró sobre sus talones para mirarles-, vamos, no seáis tímidos-decía con una sonrisa en su rostro, enmarcada por el espeso bigote canoso que había sobre sus labios. 

Todos se miraron entre sí, y aunque no confiaban en el extraño del todo, no les quedaba otra alternativa. Se las apañaron para caber los cuatro ene l sofá de dos plazas mientras aquel tipo avivaba el fuego acuclillado ante la chimenea. 

-Perdonad mi falta de educación, a veces se me olvida que no estoy solo en el mundo-suspiró con un deje de nostalgia-, mi nombre es George, y como habréis supuesto vivo solo aquí. Podéis quedaros todo el tiempo que queráis.

Ellos se miraron de reojo. Tres mentiras en la misma frase. Él no vivía en esa casa dado que los chicos no habían visto su rostro en ninguno de los cuadros, seguro que su nombre no era George, y dudaban seriamente de su supuesta falta de educación. No se movieron ni un ápice. El cadáver de la cocina todavía les taladraba la mente con insistencia. 

-Parece que se os ha comido la lengua el gato-se mofó él-, vengo en un momento-se excusó. 

Se alzó en pie y desapareció rápidamente por las escaleras.

-No me fio de él-reclamó Sharon en un susurro apenas audible.

-Está mintiendo-corroboró Josh-, tenemos que salir de aquí cuanto antes.

Nadie respondió porque todos pensaban lo mismo. Iban a levantarse pero en ese momento George volvió a aparecer por la escalera. Las luces tras él seguían encendidas. El hombre se quedó tras el sofá, de espaldas a la cocina, y los chicos rezaron mentalmente cuanto sabía para que no se diera la vuelta y viera lo que había en el suelo: el cadáver gangrenado de una mujer. 

-Seguro que tenéis sueño… Vamos arriba, he preparado las camas para que podáis descansar.

-Gracias-intervino Sharon-, pero debemos irnos ya… Hemos podido contactar con una amiga por el móvil y nos ha indicado el camino-mintió hábilmente-, no le molestaremos más-sonrió. 

Sólo sus amigos notaron su nerviosismo porque ella era un reflejo de sus miedos. Todos se levantaron en dirección a la puerta, pero George se interpuso en su camino con una rapidez impropia de su edad. Con los brazos cruzados tras su espalda y una inseparable sonrisa remarcada en su rostro les miró y habló.

-Me parece que no habéis entendido bien lo que os he dicho.… No podéis iros.

-¿Por qué?-dijo Daniel en un arranque de valentía-, podemos irnos si queremos, usted no es nadie para decirnos qué hacer. Y si salimos por esa puerta no le molestaremos más.

George suspiró con tranquilidad.

-Vosotros no vais a iros de esta casa, haceos a la idea de que este será ahora vuestro hogar… ¿o quizá vuestra tumba? Todo depende de cómo os portéis.

Última OportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora