Día №5: Crucifijo.

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  Entre sus manos entrelazadas sujetaba la pieza de metal, y contra su pecho dejaba esas manos temblorosas estar.

  Los recuerdos atormentaban a la hermosa monja de cabellos plateados, largos y rizados. De finas facciones y tranquilo semblante, sólo que esta ocasión lucía atormentado por sus pesares.

  Deseaba estar junto a él. Conversar tranquilamente horas entre sus fuertes brazos y perderse en los oscuros iris del contrario.

  Él era el motivo de cada uno de sus rezos, rogaba a Dios por la seguridad de su amado estando lejos de su hogar.

  Aún recordaba cómo se habían conocido: él se había presentado en el monasterio como una visita junto con un grupo de personas. El susodicho, al distraerse en el camino se separó irremediablemente de su grupo. Estuvo largo tiempo vagando hasta que se encontró una monja, era ella misma. Al principio, la chica parecía ser reacia a entrar en una conversación con él, siendo cortante y fría. Pero cuando cayó con los hipnotizantes ojos del desconocido no pudo evitar sentirse de alguna u otra forma atraída por él. Aunque procuró ser desapercibida.

  La joven guió al muchacho por el lugar; se iban conociendo mutuamente a la par que ella le iba mostrando el lugar.

  Al final del recorrido, se prometieron verse nuevamente, sin importar qué.

  Así, temerario el varón se escabullía para estar a solas con la santa hermana. Un romance nació a escondidas de todos. Entre cuatro paredes.

  Ahora, la guerra se lo había llevado; ella no sabía si volvería algún día a verlo. Como recuerdo, éste le había dejado aquel crucifijo, para que tomase valor.  A pesar de todas sus desesperanzas, en su mente se presentaba una frase que el joven siempre le dedicaba:

—La esperanza es lo último que se pierde, Wodahs.

  Cada vez que pensaba en aquello apretaba más fuerte el crucifijo contra su pecho.



Delirio y pecado [ Wodahs × Grora ; #Fictober2018 ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora