Pensamiento VII.

42 2 0
                                    

«El dolor de una partida duele más que un golpe directo al estómago, sin embargo, nos recuerda que estamos vivos».

Sus manos temblaban, sus ojos me rogaban que no me fuera, sus labios repetían la misma frase una y otra vez: «No se vaya».

Pero yo ya me había ido desde antes, yo ya me había rendido. Porque rogaba al cielo una sola señal que me dijera que debía quedarme ahí, que tenía que aguantar, pero no la había.

Sus brazos me rodearon con tanta calidez, una llama delicada ondeó en mi pecho, mostrando todo el amor que tengo.

Sus labios chocaron con los míos en un intento desesperado de transmitir la esperanza. Mis lágrimas cayeron sin permiso, sin aviso, en cascadas que no podía controlar, un beso salado.

Dolía en lo más profundo de mi alma, podía sentir mis entrañas siendo arrancadas de adentro hacia afuera, entregándole mi corazón. Vacía. Así he quedado.

Y mi cuerpo sufre. Vacío, sin fe, sin futuro, completamente roto.

Porque mis labios dijeron: «Adiós», cuando mi corazón gritaba: «No dejes que me vaya».

Dame una sola maldita razón para quedarme, una sola y me quedaré el resto de mi vida junto ti.

Pero no llegó, ni una sola palabra que me diera la confianza para continuar, llegó. Y dolió como el infierno.

Caí en el abismo de la tempestad, perdida y desorientada.

¿Qué haré ahora que no estás aquí?

Porque mi hueco cascarón te extraña, con la poca fuerza que le queda, y las lágrimas salen con cada recuerdo que proviene de ti.

Lloro sin gracia, sabiendo que tomé la decisión que menos deseaba, pero debía hacer.

Porque yo ya no cabía en tu vida, yo ya hacía de más, aunque dijeras lo contrario.

Te amo, con todo mi corazón... Y aún despedazada en un abismo sin fondo, sigo rogando por una pequeña luz que me diga que debo volver... Pero no aparece...

PENSAMIENTOS.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora