DIECINUEVE [PARTE 1]

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AÑO 5800 DEL NUEVO GÉNESIS

Habían pasado dos años sin ella. Sin mi hermana.

Y todo parecía estar de la misma forma que siempre, como si apenas hubiera sido un leve soplo que en nada afectaba en lo que pasaba. Quizá ya todos se habrían olvidado de ella, pero yo era incapaz de hacerlo; y realmente dudaba que lo hiciera alguna vez.

Bajé del aerodeslizador. El paisaje desde el cielo se había acercado hasta estar a mi alcance. Venía solo; Liseth creyó que sería buena idea dejarme ver el estado de nuestra Madre, y lo mucho que la dañaba la presencia rebelde.

De camino pude entender a qué aludía.

Aspiré hondo, y el polvo de la tierra muerta se me coló por la nariz; la moví al instante, para quitar las partículas de arena que se arrejuntaban. Como Liseth había avisado, un aerodeslizador se acercó tan pronto como se dio la señal al cabo de tres días de nuestra preparación para enlistarnos de nuevo a esa supuesta única y rápida batalla que se transformó en guerra. Al fin y al cabo, Xion tenía razón: ardía por eso; por tener que concedérsela a él y al malnacido que se hacía llamar el Ángel de la rebelión; el mayor culpable de la muerte de la única familia que me quedaba.

Rei se acercó trotando a través del inmenso campo de concentración de Katáh, en el Estado Productor. Desde hacía varios días tenía un par de pronunciadas ojeras de tonos violetas y grises bajo los párpados; sin embargo, tras el cansancio siempre se percibía las reservas de su inagotable determinación para continuar. Alcé el mentón a modo de saludo, y recibí desde la distancia una respuesta similar, acompañada del movimiento de su brazo derecho en lo alto, mientras que el otro se encargaba de sujetar una tableta con los registros del trabajo que realizaba desde las últimas órdenes de Stephano; misión de la que solo se habían escuchado rumores. Un recuerdo breve me atacó como una apuñalada en la espalda; una casa abandonada, el miedo en el aire, la sangre en las manos y el metal corroído...

Sacudí la cabeza para despejarme de ellos; en cambio, le di un vistazo general a Rei, que ya se acercaba más; caminé en su dirección. Tenía un traje holgado de color verde en el que parecía nadar, que hacía juego con los lentes gruesos que reposaban sobre su cabeza.

Tan pronto como llegó al lado, intenté olvidar por el momento todos las «derrotas» del pasado —«solo por ahora. Prometí vengarme del culpable de tu injusta muerta, pero antes debo ganarme su confianza»— y le sonreí, palmeando su hombro con alegría.

—¡Zenn! —saludé—. Escuché por ahí que el General Mayckey te ascendió, felicidades, colega.

—Gracias, Jöel —rio, con una mezcla de nervios y asombro en su voz—, espero ser de utilidad en el puesto.

Echó la cabeza para atrás, en dirección a los campos de concentración a su espalda.

»¿Soy yo o... —meneó la mano libre para airearse el cuello— últimamente hace demasiado calor?

—También lo he sentido; debe de ser normal. A veces pasan corrientes cálidas.

—Sí, pero ninguna así. Uf, bueno, a lo que venimos. ¿Liseth te ha dado las novedades?

—Sí. —Echamos a caminar, al interior de los campos. Desde la lejanía se apreciaban las agrupaciones de reos, capturados de guerra y una buena cantidad de cadáveres a la espera de ser recogidos—. Me dijo que están tratando una solución con algunas sustancias, pero no me dijo cuál. También comentó —pasamos por debajo de una valla que dividía el límite entre el «exterior» y el campo de ingreso— que eran diseños experimentales, y todavía se mantenía oculto...

La cárcel de los rebeldes #PGP2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora