ONCE [PARTE 1]

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Había un enorme arco de cristal que pendía sobre nosotros, sujeto a los costados por pilares de piedra cincelada que decoraban la entrada con signos e inscripciones talladas de círculos envueltos en fuego y un centenar de ojos que al pasar junto a ellos, nos observaban. Al bajarnos del transportador, nos separaron en grupos de tres. Estaban conmigo Mikael y Rafael, aunque este último permanecía callado. Su familia recorría continuamente los establecimientos de Zinnon, por lo que no le sorprendía demasiado la maravillosa construcción. Alcé la cabeza para vislumbrar la gran placa de metal en la que se lograba leer la palabra «Verdad» Más arriba aparecía un marco en plata, cuyo significado era el que nos encontrábamos en la Central de Zinnon

Siquiera pudimos bajar del aerodeslizador en que nos transportamos desde Lorên hasta la capital del Estado de Mörr antes de que una muy ofuscada Mariella corriera hacia nosotros mientras agitaba en su mano derecha un puñado de papeles de color rojo y naranja, y en la izquierda un trapo húmedo por su sudor. Me sorprendí por unos segundos al percatarme que ella, aún después de todas sus cirugías plásticas, también tenía sus aspectos biológicos a fin de cuentas. Seguida de ella iban dos guardas de seguridad de categoría «B» o «C» según lo que alcancé a leer en sus placas. Con sus trajes de color negro, al igual que el de los rebeldes, era difícil diferenciarlos al primer vistazo; sin embargo, noté que los cuellos uniformes del gobierno —y tras intentar hacer memoria de lo que vestían los insurrectos— eran de color blanco. Prácticamente el inverso del nuestro.

Uno de ellos, de contextura delgada pero músculos marcados, se acercó a nosotros con prontitud y adelantó a Mariella, quien nos guiaba a toda marcha al interior de la Central de Zinnon y así terminar con la misión que se nos había encomendado. Realizó un saludo de cortesía y respeto a la superior y nos encaró. Tenía el labio inferior partido al lado izquierdo y las pecas adornaban las facciones; los ojos eran de tonalidades cafés que al sol lucían más claros y el cabello...

Bajé la mirada hasta su pecho.

—¡Hola, Fausto! —susurró Mikael a mi lado con emoción para nada oculta. Una sonrisa iluminó el rostro del albino al ver que el oficial también le devolvía el mismo gesto.

Su placa anunciaba con letras de color plata una única palabra escrita a mano: Therra. El guarda de cabello blanquecino giró la cabeza a los lados con cautela hasta estar seguro de que no había nadie que le vigilara y frotó de forma entusiasta el cabello de Mikael, formando halos níveos sobre su frente.

—¡Primito! —respondió como el otro, a medida que la piel bajo las pecas tomaban un color más rosado que antes. Estrechó al albino con fuerza y lo envolvió en un abrazo—. ¡Hacía una eternidad que no te veía! Estás enorme, casi tan alto como yo —bromeó. Era totalmente falso; Le llevaba casi dos cabezas de diferencia a Mikael, e incluso tenía que estirar el cuello para verlo a los ojos.

Apoyó una mano sobre la espalda del joven Therra y emprendió la caminata de nuevo, pues una irritada Mariella zapateaba con ímpetu el suelo para mostrar así su molestia. El primer día en la nueva casa la oí decir algo similar a «que no pretendía tener trato con los hombres de nieve porque temía morir de un resfriado complicado, como su prima y primer nieta». Ni siquiera le creía que hubiera tenido hijos, para empezar.

—Qué va —hizo un mohín con la boca y sacudió la melena blanquecina para acomodarla en su sitio original—. Si apenas han pasado ocho años.

Él y quien parecía llamarse Fausto eran copias por poco, salvo por la cicatriz en el labio del mayor y los ojos grises del menor. Y bueno, la forma en que se peinaban y la barba, además del irrefutable hecho de que Fausto sí aparentaba una edad aceptada para laborar al servicio del General; no como Mikael, a quien podrían asesinarle por ser todavía un niño que tontamente jugaba a ser adulto. ¿Para qué?

La cárcel de los rebeldes #PGP2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora