La mesa se encontraba en completo silencio. Una cena realmente incómoda. La mansión era grande, y gracias a eso, retumbaba el sonido de los cubiertos golpeando en el plato. Era el único ruido que a penas se hacía audible.
Jugueteé con mi comida, mis ganas de comer estaban por el piso, pero aún así tomé un poco de la ensalada que estaba en mi plato y la metí a mi boca. Saboreando y mordiendo sin ganas. Mi cabeza daba vueltas y sentía que en cualquier momento podría desmayarme. El entrenamiento con Juliana estuvo súper pesado, y para empeorar, no había encontrado el mejor momento para hablar con Matteo.
Resulta que hace dos días, los chicos habían llegado a la mansión, y aunque me entusiasmaba la idea de vivir bajo el mismo techo que mis mejores amigos y el chico que me gusta, las cosas no estaban yendo como yo esperaba. El ambiente era tenso, pero estoy segura que eso era gracias a Matteo y a mí, y por lo que puedo ver, también a Simón y Ámbar, quienes veía que se daban unas que otras miradas desde lejos.
Alcé la vista al sentir una mirada sobre mí, en ese mismo momento me topé con la analizante mirada de Matteo. A pesar de que lo había cachado, no quitó su vista de mí, es más, hasta la intensificó. Bajé un momento mi vista sintiendo que mi rostro comenzaba a tomar color, probablemente él sea la única persona en el mundo que lograba ponerme de esa manera: lograba que mis manos comenzaran a sudar, que mi pulso se acelerara, y que las palabras no salgan de mi boca o que simplemente no logre formularlas correctamente. Lo odio. Realmente lo odio por tener ese poder sobre mí.
Una pequeña sonrisa se posó en su rostro y mordió su labio inferior, aún sosteniendo sus ojos color avellana sobre mí. Notó el efecto que causó en mí, y sabía lo mucho que le gustaba ponerme nerviosa. Conociéndolo, le encantaba hacerme sentir así.
Solté una pequeña risa para mis adentros, dedicándole una mirada divertida. Relamí mis labios antes de sonreírle de forma coqueta. Pero nuestro juego de miradas y el mundo en el que nos habíamos sumergido ambos acabó cuando oí la voz de Simón llamándome con insistencia.
— ¡Hey, Luna! —giré hacia mi mejor amigo aún algo anonada por lo que acababa de ocurrir entre Matteo y yo.
— ¿Sí? —me miró con diversión.
— Luna, oye, ¿En qué piensas tanto?
— Creo que en lo bien que saben las fresas...—miré a Matteo, examinando su rostro, pero tardé en darme cuenta que tenía una ceja elevada hacia mí por lo que yo acababa de decir. Fue ahí cuando me golpeé mentalmente por haberlo dicho, porque claramente, el chico del cual estaba enamorada sí captó la indirecta—. Digo... O sea, que tengo ganas de comer fresas, porque... Emh... —intenté arreglar lo que había dicho, pero ya era todo, lo empeoré y solamente me salió balbucear.
Mis padres y mi abuelo me miraban con el ceño fruncido, Simón y Pedro tenían confusión en su mirada, Ámbar simplemente estaba en su mundo, y a la vez, Matteo me miraba con diversión y picardía.— ¿Saben qué? Eso haré ahora mismo. Iré a buscar fresas. Quiero fresas con crema. —Me levanté de la mesa con incomodidad. Había hecho el papel de mi vida frente a Matteo. Le di una última mirada al anteriormente nombrado —. Provecho. —Me disculpé para finalmente salir hacia la cocina en busca de fresas. Pero de fresas verdaderas, porque ahora en serio se me antojaron.
Saqué las fresas y me recargué en la puerta de la cocina, inhalando y exhalando rápidamente.
Sentí un carrespeo a mi lado, haciéndome abrir los ojos y mirar hacia donde provenía.— Así que querés comer fresas, ¿No, chica delivery? —puedo admitir que realmente estaba embobada con lo hermoso que sea veía hoy. Como todos los días. Tragué en seco y me paré firme frente a él, aunque por dentro sintiera que mis piernas tambalearan.
— Sí, tenía muchas ganas de comer fresas —metí el último pedazo de fresa que tenía en mis manos a mi boca.
Lo vi mojarse los labios y bajar su vista a mis boca mientras se comenzaba a acercar peligrosamente a mí. Mi pulso se aceleró al sentir su mano en mi cintura, y su nariz rozar la mía. Su cercanía era algo que me ponía nerviosa, lo que me hacía tener miedo de hacer un mal movimiento; a la vez, jamás había sentido algo mejor que esto.Matteo y yo éramos así: Entre nosotros no hacían falta las palabras. Nuestras miradas eran capaces de demostrar aún mucho más.
La tensión sexual reinaba en ese preciso instante. Su respiración comenzó a mezclarse con la mía y cerré los ojos ansiosa por el tan esperado momento. Pero ese momento nunca llegó. Volví a abrir los ojos y lo noté a Matteo mirando hacia la puerta de entrada de la cocina.
― Hey, ¿Qué tienes? ―le pregunté al ver su ceño fruncido.
― ¿Esperás a alguien? ―negué con confusión ―. Acaban de tocar la puerta y preguntar por ti si mal no escuché.
Bien, está todo perfecto con que me busquen y así, ¿Pero es neta que tenía que ser justo en este momento?
Bufé con frustración y noté también la frustración de Matteo, lo cual me hizo sentir mejor, sabiendo que probablemente él también quería besarme. Sonreí de costado al pensar en tal cosa.
Caminé para abrir la puerta, sintiendo a Matteo ir detrás de mí.
Al abrir me encontré con un chico castaño mirando la pantalla de su celular, sin siquiera haberse dado cuenta de que estábamos ahí parados.
― Disculpa, ¿Te conozco? ―hablé para que finalmente el chico me prestase atención, cosa que conseguí.
En cuanto me vio una gran sonrisa se posó en su rostro. Pero no era una sonrisa linda y cálida. Era una sonrisa que me erizaba los vellos del brazo y lograba darme escalofríos.
Examiné su vestimenta. Llevaba un jean junto a un sweater atado en su cintura, una camisa rosa junto a un chaleco de jean, y para finalizar su extraño look, llevaba un sombrero negro.Al volver a sus ojos, él miraba mi cuerpo descaradamente. Carraspeé queriendo volver a llamar su atención. No me agradaba la forma en la que me miraba, era incómodo. No me gustaba.
Miré de reojo a Matteo. Sus músculos estaban tensionados, al igual que su mandíbula. Lo vi como la oportunidad perfecta para ponerme más a su lado, logrando que el chico que desconocía completamente volviera su vista a mis ojos.
Noté que a sus costados tenía unas cuantas maletas.
―Me presento. Soy Michel. Un gusto conocerte, Luna.
Se acercó a darme un extraño beso en la mejilla que me hizo dar ganas de salir corriendo. Me miró y volvió a regalarme una sonrisa que me dio escalofríos.
Lo que menos tranquila me dejó en ese preciso momento fue cómo y de dónde sabía mi nombre.El chico con notable acento venezolano me daba una muy mala espina.
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Inmarcesible ©
Fanfiction"Que no se puede marchitar" La visita de los chicos de la Roller Band y Matteo en la mansión, resulta de la manera menos pensada. Ámbar y Luna ilusionadas por reparar aquellas relaciones que tanto anhelaban volver a vivir, pero que ahora estaban de...