Capítulo 1.

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Pegué una calada de satisfacción y después exhalé el humo viendo cómo se dispersaba en el infinito cielo nocturno de Madrid. Ya estaba hecho, ya no había vuelta atrás, y lo cierto es que, lejos de encontrarme perdida, desubicada o incluso arrepentida por mi decisión, lo que sentía era una gran liberación.

Jadel nunca fue un mal novio; no al uso. La mala de la película en este caso había sido yo, así que no podía culparle por haberme llamado de puta para arriba y haberme escupido en la cara para finalmente irse con sus cosas dando un portazo que, seguramente, había despertado a todo el vecindario.

Joder, me lo merecía. Lo había hecho tan mal que me merecía incluso estar ahora en mitad de la noche sentada en la terraza de mi casa sin Mimi.

Ya no había posibilidad alguna de volver a sus brazos, a los de ella, a los que habían sido durante tantas noches -y días y tardes y tiempos eternos- mi refugio. Mi casa. Mi mundo entero.

Sin embargo, aunque ahora ya era tarde para con ella, al fin había conseguido ganarle la batalla al miedo y eliminar de mi vida aquello que no quería. Y a Jadel hacía años que ya no lo quería a mi lado.

El cigarro se consumía solo entre mis dedos mientras mi mente no dejaba de recordar cada uno de sus lunares, el suave tacto de su pelo entre mis dedos y todos aquellos besos que nos dimos hace apenas dos meses atrás. Después se había complicado todo. O lo había complicado yo, más bien.

Siempre fui demasiado cobarde, o igual es que simplemente llegaba tarde a las conclusiones que sacaba mi cabeza con respecto a mis sentimientos. No lo sé. El caso es que ahora poco importaba eso. Lo único importante era que mis emociones estaban en una completa contradicción en sí mismas: por un lado, me sentía completamente en paz porque por fin me había atrevido a ser honesta con él. Me sentía totalmente liberada, tranquila e incluso fuerte por haber conseguido lo que tanto me había costado asumir durante meses. Pero por el otro, no tenía a Mimi, y la tristeza se iba haciendo poco a poco dueña de mí al recordar ese fatal desenlace. La había perdido por idiota, por cobarde, por no saber luchar y llegar a tiempo a lo importante.

Y sin duda, lo más importante para mí era ella.

Me dio tiempo a una última calada antes de que se consumiera del todo y lo apagué en el cenicero. Miré al cielo y, aunque no era el más bonito de todos -esa noche no había luna ni, por supuesto, ninguna estrella-, no pude evitar que mis ojos se empañaran al recordarla a ella sentada justo en el sillón donde ahora estaba yo, con sus brazos rodeando mi cuerpo y yo apoyada en su pecho mientras contemplabamos ese insípido cielo de madrid, hablando de todo y de nada, una noche cualquiera de ese verano que no quería dejarnos. Todavía podía sentirla detrás de mí dándome besos en mi sien y recordándome que, pasara lo que pasara, estábamos juntas y nada podría con nosotras.

Qué ilusas éramos. Qué idiota fui.

Toda la paz o la tristeza que en ese momento del cigarro había estado sintiendo se consumieron con él y en su lugar me invadió un sentimiento profundo de rabia. Rabia por haber dejado escapar mi oportunidad con ella: ahora ya no quería ni verme. Lo habíamos sido todo y ahora éramos nada. ¿Cómo había podido dejar escapar lo más valioso de mi vida? Estaba enfadada, muy enfadada conmigo misma.

Y en medio de toda esa vorágine de pensamientos y emociones, una simple pregunta me vino como un rayo de luz a mi mente: ¿En serio iba a dejar escapar lo que más quería en el mundo? Y sonreí.

No, por supuesto que no.

Lo dije en voz alta sin darme cuenta, pero quizás hacerlo así me dio todavía más fuerzas. Me levanté del sillón, entré dentro de casa y, tras mirar el reloj y darme cuenta de que eran casi las cuatro de la madrugada, no lo pensé más. Cogí mi bolso y una chaqueta finita y salí de casa cerrando con llave tras de mí.

Sabía dónde tenía que ir: Iba a recuperarla.

Ana Guerra había vuelto y ya no tenía miedo. 

Indeleble  [WARMI]Where stories live. Discover now