Capítulo 2: Una rubia llamada Angie

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Abrí la puerta con bastante esfuerzo, creo que debería llamar a un cerrajero para que la revisará, aunque probablemente solo esté así de no usarse en tanto tiempo. Al entrar comencé a toser por todo el polvo acumulado, corrí a abrir las ventanas para ventilar la casa y con ello permitir la salida de tanto polvo. Dejé las pesadas maletas en un rincón y corrí a la pequeña alacena donde mi madre guardaba los utensilios de la limpieza, por el camino iba descubriendo los muebles que se encontraban tapados con telas y sabanas viejas. En la cocina todo seguía igual, la vajilla en su sitio, los cubiertos en su cajón, los instrumentos de repostería en su lugar...A mi papa le encantaba la cocina, pero su especialidad siempre fue la repostería, un arte que aprendió de mi abuela y que por ser la única nieta y por tanto el único miembro de la tercera generación de los Mawson heredé y acabé amando. Podría decirse que de pequeña me espolvorearon con azúcar y por eso ahora amo el azúcar y cualquier tipo de dulce.

Viendo las cortinas con pequeños cupcakes dibujados, imaginé a mi padre allí, parado de pie sonriendo a una pequeñuela de tres añitos, sonriéndome a mí, que lo miraba con toda la admiración que puede tener una hija a un padre mientras él reía como tonto con un delantal muy gracioso que acababa de regalarle su princesita. Sentí lágrimas rodar por mis mejillas y tapé mi boca para evitar soltar un gemido de dolor, no debía llorar más, debía ser feliz y sonreií por mi padre. Me tragué las ganas de llorar y llegué a la alacena, estaba vacía, vaya tendría que ir a comprar todo lo necesario para limpiar la casa. Ya que estaba, pensé en hacer una lista y también encargar algo de pintura para el salón y mi cuarto, el resto lo iría arreglando más tarde poco a poco. Agarré mi bolso y me encaminé a la ferretería.

Tuve que preguntar varias veces por el camino correcto antes de llegar pero ya estaba allí terminando de cargar mi carrito y dirigiéndome a la caja a pagar. Un hombre de unos cincuenta y tantos estaba detrás del mostrador esperando a que alguien llegará, se le notaba aburrido, probablemente no había tenido mucha clientela esta mañana, aún así tenía una cara muy amigable que me resultaba familiar conforme me acercaba.

- Ho...hola -dije titubeando un poco.

- Buenos... -no terminó su salido cuando se quedó mirándome fijamente y tan en silencio que creo que oí los engranajes de su cabeza girar intentando comprender algo.

- Eres...eres tú, Victoria -al decir esto yo también quedé sorprendida y reconocí a la primera persona desde mi vuelta al pueblo.

- Dios mío, Peter, sí, soy yo, Victoria, he vuelto.

Peter salió de detrás del mostrador y corrió a abrazarme.

- ¡Estás enorme! Cuéntamelo todo, ¿cómo que has vuelto? y tu madre, ¿cómo se encuentra? o, estoy seguro de que Angelina va a alegrarse muchísimo cuándo se enteré de que has vuelto, no sabes cuánto te echo de menos -Peter no paraba de hablar y apenas me daba tiempo a contestar.

- Bueno, pues todo está genial, mi madre volvió a casarse y es muy feliz, pero la gran ciudad nunca estuvo hecha para mí, por eso esperé a ser mayor de edad para regresar, no saben cuanto los extrañé a todos, estoy deseando ver a Angie.

- Vas a limpiar tu casa por lo que veo, ¿no?

- Sí, está hecha un desastre después de tanto tiempo, por cierto, ¿no tendrás pintura que venderme por casualidad?

- Estás de suerte chiquita, ayer mismo llegaron nuevos colores, puedes ser la primera en verlos.

Después de otro rato de charla, acordé con Peter esperarlo en casa, ya que, la pintura era pesada y me la traería en la furgoneta junto al resto de cosas que no puede traerme yo sola. Había elegido un tono beige tostado para el salón, dos tonos de violeta para mi cuarto y blanco para los techos,después de todo me habían salido gratis, cortesía de Peter por mi vuelta. Peter era el papa de mi mejor amiga Angie, un señor encantador que siempre andaba vigilándonos cuando salíamos a jugar, recordaba que trabajaba en la ferretería, pero no sabía que el antiguo jefe se la había dejado al morir. Y Angelina o Angie como la llamábamos sus amigos, era la chica más dulce que he conocido, rubita de ojos claros y de mi misma estatura eramos inseparables, Dios, cuanto la he extrañado, desearía verla ahora mismo.

Una bocina me saca de mis pensamientos y salgo de la casa, seguro es Peter a traerme la pintura y demás, pero me quedo congelada y las palabras se atasca en mi garganta cuando una rubia de bote correr gritando hacia mí.

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Aquí el segundo capítulo, espero que os haya gustado y lo de siempre perdón si os encontrais faltas de ortografía, espero vuestro comentarios y opiniones. Miles de besos.

Sweet as sugarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora