Estábamos frente a frente. Yo estaba sentada, derecha, respirando agitada hacia adentro. Él estaba despatarrado entre dos sillas. Una mesa de madera sin barnizar nos separaba.
Sacó un cigarrillo, lo apoyó entre sus labios y lo sostuvo con su lengua. Buscó entre sus bolsillos un encendedor. Comenzó a fumar. El humo me envolvió y me rodeó. Tosí.
- ¿Te molesta? - me preguntó levantando apenas su mirada.
Negué con la cabeza.
- Así que Eva, Eva Haus.
- Sí - dije suavemente, tragándome mis miedos
- ¿Y por qué estás acá?
Levanté los hombros.
Apoyó los pies en el suelo, comenzó a reírse a carcajadas y tiró la colilla del cigarrillo al piso. Dejó su sombrero sobre la mesa. Me quedé observando la calavera que tenía en el centro.
- ¿Puedo observar tus muñecas? - me preguntó mirándome directo a los ojos
Me arremangué y le mostré ambos brazos. Los examinó con sus helados dedos. Se me erizó la piel y los soltó con brusquedad, frustrado.
-¿Me das tu abrigo?
Le entregué mi tapado. Lo apoyó en su regazo y comenzó a recorrerlo con su dedo índice, lentamente, como si buscase costuras. Luego de unos minutos, sonriente, lo apoyó sobre la mesa y agarró de su bolsillo una estrella de David. La colocó en el extremo superior izquierdo de la campera, justo donde se ubica el corazón.
- Veo unas marcas de costuras, que, extrañamente, encajan en estas tres puntas de por acá- me dijo señalando la estrella-. ¿No es así, Sara?
Partí en llanto mientras él reía.