Hijo..., hijo. ¿Duermes?

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—¡Valentín! —Exclamó, desesperado—. ¡Hijo!, ¿Qué he hecho?!

Sus manos rápidamente soltaron el arma; sus piernas, torpes, hicieron que tropezara mientras intentaba voltearse, ni siquiera sintió dolor, se paró estrepitosamente y se dirigió a la escalera.

Su estómago estaba aún más revuelto que antes y al mismo tiempo un vacío indescriptible saturó su vientre.

El pasillo parecía infinito, su corazón palpitaba a un ritmo apabullante, la adrenalina bombeaba en su cuerpo y hacía parecer que la habitación de su hijo estaba a kilómetros de distancia. Cada escalón de madera parecía multiplicarse bajo sus pies, y retumbaba en sus oídos con cada paso que se alzaba.

«Estúpido, estúpido, estúpido», se reprimía. «¿Qué has hecho?»

Su respiración estaba entre cortada, no por el cansancio de su apresurada arremetida, sino por la desesperación. Sentía que su alma había dejado su cuerpo. Su pecho iba a explotar en cualquier instante.

Se impulsó con las manos los últimos escalones, y fue a dar de bruces contra la puerta de su hijo, no le importó, lo único que había en su mente era entrar en esa habitación.

Se encontraba ahora, exactamente encima de donde estaba su esposa.

«¿Por dónde pasó la bala?», era lo único que pensaba.

—Valentín, hijo —lo llamó.

No hubo respuesta...

«Click»

Prendió la luz y sus ojos recorrieron desesperados todos los rincones del cuarto.

No había ningún rastro del proyectil, su corazón dio un respingo, un hálito de esperanza; pero... ¿por qué no contestaba su hijo?

El horror lo invadió nuevamente y se quedó ahí, petrificado. Si recién estaba apresurado por reunirse con su hijo. Ese silencio, ¡ese maldito silencio!, Lo dejo helado e inmóvil, incapaz de dar un solo paso en dirección a la pequeña camita en el centro de la habitación

—Hijo..., hijo ¿duermes?...

Nada.

—Valentín, por favor responde.

Su cuerpo tiritaba, intentó dominar el llanto.

Contuvo la respiración, buscando la de su hijo.

Agudizó su oído.

Nada.

Volvió a respirar, solo que esta vez el sonido venía acompañado de sollozos y lágrimas.

—Valentín, hijo. Por favor di algo.

Intentó moverse, quería hacerlo, pero no podía.

«Cobarde, avanza», gritaba en su interior, pero su cuerpo seguía inmóvil.

En el fondo, Ethan sabía lo que había hecho. No quería aceptarlo. Ningún padre debiese nunca, tener que verse enfrentado a la muerte de su hijo.

Mariana seguía intentando serenarse. Aún no comprendía el actuar repentino de su esposo, estaba tan centrada en sí misma y en el hecho de haber matado a un hombre, que no advertía en su mente ninguna otra situación.

De un momento a otro cayó en la cuenta de todo lo acontecido y la sensación la golpeó como un yunque. ¡Había matado a un hombre! Y no cualquier hombre, su Ariel, su amado. Todo en un instante donde no tuvo control sobre sí misma. Se puso de pie de forma apresurada, un pánico desquiciado recorrió su cuerpo, estaba manchada de una sangre negra y espesa.

De sus ojos comenzaron a surgir lágrimas grandes y silenciosas. La culpa se apoderó de su cuerpo y lloró en silencio al advertir que Ariel ya no respiraba.

Y así se mantuvo un largo rato, parada de pie junto al cadáver, inmersa en la tristeza. Hasta que algo interrumpió su lamento. Era un sonido familiar, un alarido a lo lejos, un sollozo distante.

Ella lo reconoció, era su marido.

Sintió como la pena la abandonaba y era sustituida por la furia. Tomó el revólver y luego de mirar el arma con cierto desdén, se dirigió al segundo piso.

Mariana no corría, caminaba. No estaba consternada, sus pasos eran firmes, estaba decidida. O eso pensó hasta que lo vio ahí en el piso, llorando, arrodillado junto a la cama. Entonces, como había pasado una infinitud de veces, su corazón se rompió en mil pedazos al ver a su marido en ese estado.

—Mariana, mi amor —dijo al advertir su presencia— ¿Qué he hecho? Le he matado, he matado a nuestro hijo.

El rostro de la mujer era una extraña mezcla entre tristeza, enojo y pena.

—Mariana. —Insistió Ethan—. Le he matado, por favor dime que no es cierto.

Se volteó para mirar a su esposa. Mariana entrecerró los ojos. Los brazos de Ethan estaban arqueados, sostenía algo a la altura del pecho. Al verlo, Mariana se puso furiosa y dejo salir un disparo —el tercero del día—, que casi da en los pies de su marido.

—¡Maldición, Ethan!, ¡¿Hasta cuándo piensas hacerme esto?! —La cara de Ethan era la confusión personificada—. Sí, lo has matado, pero no fue tu culpa. —Su voz se quebró—. Cariño... no fue tu culpa.

—Amor, pero sí es mi culpa, míralo. Fui yo, con esa estúpida arma. Y fuiste tú que la trajiste a nuestro hogar.

Mariana con eso tuvo suficiente. Avanzó donde su marido y le arrebató el objeto que sostenía entre sus brazos.

—¡Es un puto peluche! —Le espetó—. Maldito seas, ¿Cómo puede ser que siempre me hagas lo mismo?

Ethan, más confuso que nunca, parecía no entender el comportamiento de su mujer, pero herido por sus palabras, se abalanzó hacia ella con perturbadora ira. Su empujón hizo que la azotara contra la pared, sus manos envolvieron su cuello.

—¿Qué has dicho? ¿Cómo te atreves a hablar así? —vociferó, amenazante.

Mariana, presa del susto, dejó caer involuntariamente el revólver que se disparó al tocar el piso. El esposo no se inmutó.

—Ethan, no puedo respirar —dijo forzosamente, pero él ignorándola, apretó con más rabia. Mariana, a punto de perder el conocimiento, con una voz ida y casi inaudible, añadió—: Cariño, por favor reacciona. Valentín lleva muerto diez años.

El rostro de Ethan cambió del enojó al asombro y luego a la incredulidad. Sus manos se relajaron, y Mariana lo apartó, desesperada por un poco de aire.

Una toz ronca la invadió mientras se sobaba la garganta adolorida.

—No fue tu culpa —dijo la esposa, tan pronto como pudo recuperar su voz—. Fue un accidente. No había forma de evitarlo. Hiciste todo lo que había en tu poder.

Su marido no la escucha, esta consternado. Se arrodilla junto al peluche, lo observa, lo analiza.

—Valentín —dice de pronto, de forma callada, para sí mismo.

—Tú nunca te lo perdonaste, estaba contigo cuando sucedió, pero no fue tu culpa. —Insistió Mariana, con voz cortada. Como siempre, ver a su esposo así, hacía que reviviera todo el horror y sufrimiento de hacía diez años.

Frenético Aniversario de (San) ValentínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora