Un sacrificio

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Cinco largas centurias habían transcurrido ya desde que la Tierra resultase ser testigo por última vez del nacimiento de una esencia femenina en el Palacio Anular del Aire. Siendo imperceptible por completo para los ojos de los frágiles seres humanos, esta imponente fortaleza se erigió con las más selectas gemas que fueron obsequiadas por los reinos elementales del agua, la tierra y el fuego, a saber: lapislázulis, esmeraldas y rubíes. El hermoso castillo circular extiende sus dominios alrededor de todo el globo terráqueo, circundando la totalidad de la zona exterior de la atmósfera. Desde la más diminuta piedrecilla de sus sólidos cimientos hasta sus gigantescos ventanales de níveo topacio pulido, la entera edificación es protegida por el impenetrable manto de invisibilidad que provee el Céfiro Celestial, el amo absoluto de los aires en la Vía Láctea. Cerca de cien nobles familias pertenecientes a las distintas clases de primitivos y poderosos vientos planetarios han convivido en paz dentro de las abovedadas murallas translúcidas que conforman Briesvinden desde los albores de los tiempos.

Cada vez que surgen ocasiones en las que se requiere tomar decisiones importantes de manera conjunta, uno o dos representantes de las diez castas más influyentes se congregan en torno a la gran Esfera Oscilante de Neón, la cual señala el sitio en donde se ubican las compuertas que permiten la entrada o la salida de otros elementos al reino aéreo. El monarca de los vientos es quien debe encargarse de fungir como coordinador de estas reuniones, con el objetivo de que se les brinde la debida atención a todos los participantes de la asamblea. Es bien sabido entre los elementales del aire que sólo puede convertirse en su monarca aquel que haya creado el mayor número de entes etéreos con la indispensable ayuda de un complemento femenino, quien ha de ser su consorte.

Toda alianza matrimonial entre dos vientos planetarios es capaz de darle vida a otros seres durante las contadas ocasiones en que Venus transita entre el Sol y la Tierra. Estos anhelados advenimientos del tercer astro más pequeño del sistema solar se dan en pares separados por lapsos inferiores a una década, cada ciento cinco años. Durante esas gozosas fechas, el campo magnético en ambos planetas se alinea y ello permite que la energía eólica fluya con libertad y se desate su capacidad creadora. Las parejas de esposos se fusionan para presentar ante todo el reino en forma simultánea la tradicional danza del Adagio Nupcial, el mismo baile que cada dupla aérea llevó a cabo por primera vez el día que se celebraron sus ceremonias de bodas correspondientes. Los dúos cuya sincronía de sentimientos, pensamientos y movimientos demuestre ser más completa tendrán ante sí la posibilidad de crear las mayores cantidades de entes etéreos, gracias a que obtienen la bendición dorada del Céfiro Celestial.

Después de que hayan gobernado durante cinco siglos, el monarca de los vientos y su esposa deben cederle el poder a otra pareja. La costumbre dicta que sea la esencia masculina más antigua de su prole quien tome su lugar. El primogénito de los príncipes ha de elegir a una sola de entre las esencias femeninas creadas por los otros nobles en el reino para que sea su esposa. Aquella dama en cuya mirada él pueda visualizar los siete colores de los vientos será quien lo amará de verdad y a quien él también llegará a amar una vez que el Adagio Nupcial vincule sus almas para la eternidad. El príncipe puede ignorar la inequívoca señal cromática y casarse con otra doncella, pero eso acarreará consecuencias negativas para la compatibilidad futura de la pareja, cuando venga el momento en que inicien la creación conjunta de entes etéreos.

La autoridad puede mantenerse en la misma familia de forma indefinida, siempre y cuando sus miembros continúen creando más esencias que el resto de las estirpes aéreas. Si eso no sucediese, el poderío debe ser traspasado a otro linaje, uno que sí esté cumpliendo a cabalidad con ese requisito indispensable para reinar. Si el heredero no desease o no pudiese desposarse, el ascenso al trono le sería negado. El mando en Briesvinden entonces pasaría a pertenecerle a una pareja de vientos venusianos, los cuales serían enviados a la Tierra a través de uno de los millones de portales interestelares que existen para mantener conectados a los elementales de todas las galaxias. El acceso principal del portal terrestre se halla en el Mare Serenitatis, nombre con el cual la humanidad conoce a uno de los cráteres más vistosos que hay sobre la superficie lunar.

El etéreo adagio de las siete doncellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora