Muerte y renacimiento

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Tanto Álaster como Caelis estaban resueltos a cumplir con todos los requisitos que el gran Céfiro Celestial exigiese de su parte. Estaban conscientes de que debían renunciar a sus vidas y presentarlas como ofrenda a cambio del cumplimiento de su deseo. Habían aceptado con estoicismo el destino marcado para ambos, pues el bienestar de Briesvinden y la totalidad de sus habitantes dependía por entero de ellos. Tras una breve y emotiva despedida, los monarcas aéreos descendieron a las bóvedas secretas del Palacio Anular y tomaron consigo las áureas urnas cúbicas que resguardaban en su interior una exquisita colección de siete piedras preciosas únicas que se consideraban sagradas para los vientos. Aquellas joyas en conjunto habían llegado a ser conocidas como las Satenkari, pero cada una de dichas reliquias poseía su propio nombre, a saber: Puna, Oran, Kelta, Vírea, Sine, Ólet, y Dyha.

Tan pronto como tuvieron a las antiguas gemas en su poder, los dos reyes se dirigieron hacia la Esfera Oscilante de Neón y las colocaron alrededor de esta. Así dieron inicio a la Ceremonia de Invocación, la cual no debía ser llevada a cabo a la ligera, pues cualquier error que se presentase en el posicionamiento de las piedras causaría el colapso inmediato de Briesvinden. Debían respetar el punto designado de forma específica y precisa para cada joya, el cual podía identificarse al emparejar los símbolos que estaban tallados en el piso marmóreo con los símbolos que aparecían en relieve sobre el núcleo de las reliquias. Los signos sacros del aire correspondían a las siluetas de siete flores terrestres que fueron seleccionadas tomando en cuenta la viveza de sus tonalidades. Estas son: el crisantemo rojo, el geranio naranja, la deherainia verde, la cineraria azul, la caléndula amarilla, la orquídea violeta, y la ipomea índigo.

El solemne acto que Álaster y Caelis estaban realizando por primera vez en la historia de los elementales aéreos tenía como propósito la activación del vórtice dimensional bidireccional. Dicho remolino absorbería a quien estuviese inclinado frente a la esfera en el momento en que se produjese la alineación cromática de los emblemas sagrados, para luego transportar a esa persona ante la presencia de su amo supremo. Una vez que el inigualable mecanismo de transporte interestelar estuvo preparado, los monarcas se miraron a los ojos y se fundieron en un gran abrazo. Querían tener la oportunidad de decirse adiós el uno al otro de esa manera, antes de que sus vidas concluyesen y nunca más volviesen a contemplar la belleza y el amor que había dentro de sus respectivas miradas.

Tan pronto como la pareja real terrestre logró ingresar al corazón de los aposentos del Céfiro Celestial, los cuales están localizados en la parte interna de la formidable estrella roja conocida como Betelgeuse, el máximo señor de los vientos se dispuso a recibirlos con gran algarabía y a otorgarles un puesto de privilegio en su suntuosa morada. Lleno de bondad, los invitó a entrar en su recámara privada y les permitió posarse justo en frente de su trono.

—¡Benditos sean los compasivos aires de la Tierra! Me es muy placentero recibirlos a ambos, mis queridos protectores del Palacio Anular. Sé que han acudido a mí porque necesitan que los ayude. Háganme saber, entonces, cuál es la petición que han decidido traer ante mi presencia —anunció la resonante voz del magnificente señor aéreo de la entera Vía Láctea.

—¡Oh, grandioso Céfiro Celestial! Somos muy dichosos y estamos agradecidos en sumo grado por la extraordinaria bondad que le has mostrado a este par de humildes servidores tuyos. Hemos venido ante tu excelsa persona porque una terrible desgracia nos ha acaecido. Hace ya mucho tiempo que en Briesvinden no podemos crear ni una sola esencia femenina nueva. A pesar del esfuerzo que hacemos, ninguna de las familias aéreas ha logrado darle fin a esta inusual condición. No quisiéramos que el poder tenga que ser traspasado a los vientos extraterrenos y que por causa de ellos terminásemos siendo expulsados de nuestro hogar. Es por eso que Caelis y yo estamos aquí el día de hoy. Queremos que nos hagas el honor de crear a una esencia femenina y que la envíes a la Tierra para que despose a nuestro heredero, Wayra. A cambio de ello, ofrecemos para ti nuestras vidas —declaró Álaster, con mucho respeto.

El etéreo adagio de las siete doncellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora