Las últimas siete doncellas

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Los años pasaban y Vayu todavía seguía intentando hallar las partes originales de su amada Tuuli. Incontables veces, los guardianes regionales reunían a las doncellas equivocadas, puesto que siempre había al menos una de entre ellas que poseía una copia. Ello los obligaba a recomenzar la búsqueda, dado que no podían arriesgarse a agravar aún más la difícil situación. Si el rey o los guardianes se equivocaban en la identificación de las verdaderas piezas, la maldición de Wayra no solo se repetía, sino que además se duplicaba la cantidad de las réplicas ya existentes. La cualidad de la esencia femenina perdida que se confundía con mayor facilidad entre las numerosas falsificaciones era su bella mirada. El monarca aseguraba que él siempre lograba ver los siete colores de los vientos en los grandes ojos de las muchachas humanas que los guardianes traían ante su presencia. No obstante, la verdad quedaba expuesta en cuanto se les enseñaban los pasos del Adagio Nupcial a los distintos grupos de mujeres que eran llevadas al Palacio Anular del Aire. Ninguno de los septetos había resultado ser el correcto...

Las jóvenes debían aprender la compleja secuencia de distintas posiciones corporales a la perfección y danzar en completa sincronía al lado de su respectivo viento regional para que Tuuli se reconstruyese. Si una de ellas se equivocaba en alguno de los movimientos, la maldición inicial se repetiría, obligando a Vayu a iniciar una nueva búsqueda. Los residentes de Briesvinden ya habían perdido la cuenta de los múltiples intentos fallidos que su soberano había tenido. Muchos habían perdido las esperanzas, pero nadie se atrevía a decírselo. Si el Céfiro Celestial no había vuelto a intervenir en sus asuntos, lo más probable era que estuviese de acuerdo con el rumbo que estaban tomando los acontecimientos. No les quedaba más remedio que seguir esperando y rogando para que el sueño de todos los vientos planetarios por fin se volviese realidad…

Cada una de las siete chicas elegidas tenía una conexión muy especial con su respectivo viento guardián. Todo cuanto ellas hacían era potenciado por el flujo de energía constante que manaba de los aires. La afinidad eólica perfecta de aquellas jóvenes mostraba con claridad que llevaban consigo uno de los preciados fragmentos originales de Tuuli. Después de mirarlas desenvolverse en su diario vivir por varios meses sin interrupciones, los señores de los vientos regionales se reunían para decidir cuál era el mejor momento para que cada uno de ellos se manifestase de manera visible ante su respectiva doncella. Antes de que la princesa tuviese la desdicha de ser maldecida, los vientos nunca habían tenido la necesidad de mostrarse en su forma tangible para que los ojos de los hombres pudiesen contemplarlos. El encuentro de un ser humano con un ente aéreo era un acontecimiento que se daba muy rara vez. Sin embargo, luego de aquel desafortunado evento, todas las costumbres ancestrales de Briesvinden cambiaron por completo.  

Cada vez que las doncellas portadoras de los siete atributos de Tuuli eran identificadas, el proceso de convocación daba inicio. Durante la fase MOR del sueño de las elegidas, los guardianes las visitaban y les susurraban al oído la ubicación exacta del sitio especial al que debían acudir antes del amanecer del día siguiente. Tan pronto como las chicas se presentaban a la cita que sus subconscientes habían concertado, los entes aéreos concentraban toda su fuerza vital en el núcleo de sus moléculas, lo cual hacía que su esencia adquiriese el color de uno de los siete signos sacros de los vientos. Solo las doncellas podrían ver a los guardianes con claridad, puesto que el fragmento de la princesa les otorgaba facultades de percepción extrasensoriales. Para el resto de los mortales, la manifestación física de los señores del aire luciría como si de un simple y efímero torbellino se tratase.

Las jóvenes humanas debían acceder a contribuir con los elementales del aire de manera voluntaria o la danza no funcionaría. Si alguna de las doncellas no quería ayudarlo, Vayu tendría que esperar a que la portadora inicial tuviese una hija para que esta heredase el fragmento. Si la doncella no llegaba a tener descendencia femenina, su fragmento sería transferido a su pariente femenina más próxima el día en que falleciera. Por otro lado, si las elegidas aceptaban el llamado, de inmediato se les habilitaban pequeños portales que las llevarían hasta el mismísimo Palacio Anular del Aire. Dichos portales podían abrirse en cualquier punto de la superficie terrestre en donde estuviese plantada alguna de las flores sagradas. Una vez que las chicas llegaban a su destino, las esencias femeninas se encargaban de confeccionarles bellos vestidos a la medida, los cuales eran elaborados con pétalos de crisantemo rojo, geranio naranja, deherainia verde, cineraria azul, caléndula amarilla, orquídea violeta o ipomea índigo, según correspondiese. Luego de ello, las prácticas intensivas para ejecutar el Adagio Nupcial comenzaban. No podía cometerse ni un solo error en la etérea danza. De lo contrario, la prometida de Vayu no podría regresar…

El etéreo adagio de las siete doncellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora