A veces pienso que Lapis Lazuli no nació para ser feliz, que ella jamás logrará sentirse satisfecha con esta vida.
Lapis...
Tiene casi dieciocho años, es alta, delgada, pero con una figura agraciada.
Sus ojos son azules como el mismo océano, labios suaves y delgados que he tenido el placer de probar.
Su rostro de finas facciones es completamente hermoso, pero casi siempre refleja aburrimiento, tristeza y a veces no parece haber nada en ella, como si estuviera vacía.
Su cabello es corto y muy oscuro, aunque alguna vez me dijo que tenía el deseo de teñirlo de azúl, su color favorito.
Físicamente la conozco bastante bien, y eso por varias razones.
Pero sobre cómo es ella en realidad, en su mente, no sé tanto, porque ni siquiera ella misma se conoce, aunque no la culpo, es lo mismo con todos.
Nadie se conoce por completo a sí mismo.
Pero sé cómo es su vida, cómo se lleva con su familia, cómo le va en la escuela, cómo se siente la mayor parte del tiempo.
Lo sé porque la amo, porque ella es el amor de mi vida.
Y el amor de mi vida planea morir el día de mañana por la tarde, o al menos eso me expresó la semana pasada.
Nos encontrábamos en mi casa, se estaba haciendo de noche y se podía sentir que la temperatura descendía.
Para ser sincera, aprovechamos que mi padre saldría a un compromiso después de mucho tiempo.
Estábamos en mi cama, desnudas, ella tenía su cabeza descansando sobre mi pecho y me abrazaba, yo le correspondía.
La sensación de nuestros cuerpos unidos está muy presente en mi mente todavía.
Recuerdo bien el ambiente. Estaba algo oscuro y las únicas luces en la habitación provenían de un par de lámparas, una colocada en cada buró junto a mi cama.
La puerta estaba cerrada, la ventana igual y la cortina casi no dejaba ver nada hacia afuera, afortunadamente.
Recuerdo que estuvimos así por un largo rato después de haberlo hecho.
Ninguna decía nada, simplemente disfrutábamos de la compañía y el silencio.
Hasta que ella comenzó a moverse, acomodando la sábana que nos cubría y acariciando uno de mis brazos con ternura. Cerré los ojos y olí su cabello, me encantaba el aroma de su shampoo.
—Estoy cansada —dijo de repente.
—¿Cómo?
—Me cansé de todo, Peri —su voz era suave, triste.
—Te pasó algo, ¿verdad?
—Sí.
—¿Vas a decirme?
—Mis padres discutieron y mi papá se fue de casa... y no me sorprende, lo esperaba, pero duele mucho, más si mi madre me culpa por ello. Y no es la primera vez, por eso estoy tan cansada...
—Sabes que no es tu culpa, que no tienes nada qué ver en sus asuntos —acaricié su espalda—. ¿Verdad?
—Ya no lo sé...
Permanecí en silencio, comenzaba a asustarme porque su voz y actitud eran similares a todas las ocasiones anteriores a las que ella había hecho algo malo.