Imaginación

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La batalla discurría entre violentas oleadas y bruscos movimientos, aderezados con el fulgor de la sangre recién derramada. Aquí y allá clamaban auxilio voces destinadas a ser pasto de un silencio lánguido y paulatino, gradualmente ahogadas entre el choque de hierros y bosques de troncos broquelados.

No había esperanza para aquellos que, cobardes, se habían dejado perecer ante manos inmundas. El inquisidor Lorüond van Savrek era de filoso pensamiento. Si sus hombres habían caído de manera tan vil era, simplemente, porque ellos así lo habían elegido.

La muerte segaba con creciente avidez, mientras que la luz transmutaba en oscuridad. Nubes rojas, lluvia fúnebre, rayos fugaces en la lejanía.

—¡Aniquilad a esos herejes! —bramó el capitán de la escuadra enemiga, conocido por ser el segundo de los cuatro jinetes de la destrucción. Portaba una gran espada de hierro bañada sangre y se protegía con una imponente armadura hecha de escamas de dragón, bermejas, que brillaban como el horizonte crepuscular removido por intensos vientos—. ¡Matadlos, matadlos hasta que no quede ni uno...! ¡Siai el sangriento reclama para sí sus vidas al completo! ¡Vamos, aprisa!

Una considerable multitud de guerreros gritaron su nombre como respuesta y lanzaron su más cruento golpe...

Pero un arcoíris apareció en el horizonte.

Lorüond van Savrek no podía permitir que Lord Siai tomara a la fuerza aquella fortaleza, su fortaleza. No mientras él estuviera al frente, comandando la defensa. Habían sido ya muchos años de enfrentamientos, de escaramuzas entre sus hombres, de chocar espada contra espada y voluntad contra voluntad. Él lo conocía como el maestro herrero conoce su martillo, y de veras que había trabajado muy bien aquel metal... El hombre de la armadura cobriza no tenía apenas oportunidad.

Al menos si él cedía.

—¡Caballeros míos, al puente! ¡Replegaos y defended el foso!

Siai no pudo contenerse... ¿Lorüond permitiendo que sus hombres huyeran como ratas?

Exponiéndose como héroe temerario que se consideraba, avanzó con su caballo entre cientos de hombres hasta cargar contra la defensa del puente, llevándose consigo la vida de un par de camaradas y otros tantos enemigos.

—¡Baja, Lorüond! —gritó. Su voz sonaba aumentada con el yelmo puesto. Ambos elementos le conferían a su imagen un aspecto fiero a la vez que sombrío—. ¡Baja, y muere arrodillado ante mí y mi caballo!

La batalla transcurría mientras los capitanes de ambos ejércitos dirimían sus disputas, arremolinándose entre ellos el pavor, el miedo, el dolor y la duda de sus ciegos servidores. Un férreo y mortal silencio atenazaba el odio que sentían el uno por el otro. Siai esperaba una respuesta, clara y cristalina como la luna llena en un día despejado. El inquisidor se tomó su tiempo, pero se la dio.

—¿Te das cuenta, amigo mío, que ambos no pasaremos de este día? Escruta en tus entrañas, ¡haz caso al peso del destino que descansa sobre tus espaldas! Y verás, tendrás claro que nuestra hora final estaba escrita desde el albor de los tiempos en los libros de la parca. Tu espada no tocará hierro sino carne, mi carne, y mi sangre será una con tu rojo hierro, pero tu corazón morirá nada más atravieses mi pecho.

Siai el sangriento sonrió bajo su máscara. Lloraba. Dejó escapar una lágrima, deseosa de romper el destino que los atenazaba, pero murió en el suelo, nada más mezclarse con la sangre que regaba la entrada de la fortaleza.

—¡Baja, te he dicho que bajes, maldita sea!

Un rayo de luz solar, en un último suspiro y antes de caer tras la raya del horizonte, bañó su maravillado (adormilado) rostro. Su madre, desde abajo, lo estaba llamando a voz en cuello.

—¿No te he dicho una y mil veces que subirte a leer al cobijo de las almenas bajo la lluvia hará que algún día te salgan ranas por el culo? Anda, Silvester, pega un brinco y vente a la mesa, que la cena está lista.

El pequeño crío, apesadumbrado, tendría que dejar la lectura para otro momento. Miró de nuevo el libro, marcando en la memoria las líneas por donde se había quedado, y lo cerró suavemente.

La lluvia y el sol mitigaron su fuerza, huyendo cada uno por su lado, a la vez que el arcoíris comenzó a desaparecer.

Horror al vacío (Selección - Disponible en Amazon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora