Imagine, Ben

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Narras tú.

Corría despreocupada por el laberinto, buscando una miertera salida para salir de este fuco laberinto...

Mi pelo castaño claro suelto, sin ninguna atadura ni nudos; una camiseta holgada verde oscuro; unos pantalones de deporte negros y las típicas zapatillas de corredor que Minho me dio el primer día eran mi conjunto de hoy. Pero un ruido metálico hizo que me detuviera.

Era un laceador.

Abrí los ojos a más no poder, ideando un ingenioso plan en mi mente. Bajé la mirada observando las zapatillas...

Me deshice de ellas rápido, guardándolas en la mochila de cuero y, a su vez, sacando unas dagas.

Con los pies descalzos y con cuidado, recorrí el sector en busca de una puerta... O algo. Mala elección, pues una especie de moco pegajoso me cubrió de arriba a abajo.

—Iugh...— Exclamé con asco. Levante la mirada encontrándome cara a cara con uno de esos bichos.— Oh, shuck.

Clavé la primera daga en el centro de lo que parece ser su pecho, pero nada. La saqué, con esa baba característica de ellos e intenté clavar el pequeño pero afilado objeto en sus… ¿Ojos? Bah, me da igual.

La cuestión: Que haga lo que haga esa bola de plopus seguirá entera y viva.

Moví frenéticamente mis ojos buscando una cosa para acabar con el laceador.

Y si… ¿Hago como Thomas? Cuando vaya a cerrarse la sección, aplastará al bicharraco.
Oh, si, soy genial.

Y así hice. Pasé por debajo de sus patas metálicas y corrí a la sección 3, la más cercana. Esperé trotando unos segundos, mirando al laceador y a la puerta gigante que estaba cerrándose, pidiendo por favor que acabara con la vida del animal.

Aceleré, soltando un grito de desesperación, mientras el laceador me pisaba los talones.

Piiii

Un pitido me despertó de la 'burbuja' que tenía a mi  alrededor. Todo iba muy lento, el laceador cayendo y siendo aplastado a mitad de la piedra; mi brazo y abdomen sangrando con una herida poco profunda (o eso espero) y mi largo pelo quedándose atrapado, como el bicho, entre las dos paredes.

—No, no, no, no, no…— Me desesperé.— ¡No quiero cortar mi pelo! ¡Por favor! ¡No!— Sabiendo que tenía que hacerlo si no quería quedarme atrapada en el laberinto, saqué una daga.

El reflejo del arma hizo que se me aguaran los ojos. No quería cortarme el pelo...

Suspiré fuerte antes de dejar caer mi mano cortando así mi cabello. Ahora quedaba por debajo de las orejas.

Levanté mi mano temblando, y acaricié las puntas desiguales

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Levanté mi mano temblando, y acaricié las puntas desiguales. Aparté un mechón de pelo que caía por mi frente.

Le había fallado.
No podía dejar de pensar que él, desde el otro lado, estaría decepcionado de mí.

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