¿Quién cocina?

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Entre él y Remus había pactos no explícitos que ayudaban a su convivencia sin necesidad de sacar temas espinosos. Algunos eran conocidos, como que no soportaba la presencia de Kreacher —ni de ningún elfo doméstico, en realidad— o que Remus odiaba los espejos. Aunque solo alcanzaban a entender una mínima parte del por qué, se limitaban a sortear esos factores y convivir con ellos.

Cuando llevas poco tiempo viviendo con alguien, sin embargo, hay aspectos de su vida que pueden ser imprevisibles. Como el hecho de que Sirius no supiese cocinar sin usar magia y no hubiese tenido contacto nunca con un horno.

La peor parte se la llevó la cocina, por suerte.

—Eres capaz de hacer la poción matalobos y no puedes calentar una simple pizza en el horno —se mofó Remus, una vez pasado el susto y apagado el fuego—. Espera a que Lily se entere de esto.

—¡No puedo pensar con el estómago vacío! —protestó Sirius, haciendo gala de toda su teatralidad. Con un sutil movimiento de varita, usó Reparo en la encimera y a los pocos segundos volvió a estar como nueva—. Además, me has dejado abandonado a mi suerte con ese cacharro. La culpa es tuya.

Remus ignoró la puya y prefirió centrar sus atenciones en arreglar la cocina. También tenía hambre, pero no había sido una de sus mejores ideas dejar al heredero de los Black al cargo del horno mientras él iba a ducharse.

No pensaba admitir eso en voz alta, por supuesto.

—¿Acaso piensas, en general?

Sirius sonrió y sus ojos ardieron con orgullo.

—Estás hablando con el cerebro de los Merodeadores, Moony, quien se coló en la Sección Prohibida para conseguir información para convertirse en animago —canturreó.

Cuando la mirada molesta de Remus se posó sobre él, supo que había vencido. Su sonrisa se ensanchó y adquirió tintes de malicia, sabiéndose ya ganador.

El pálido rostro de Remus se encendió, resaltando las cicatrices que adornaban el puente de su nariz y una de sus mejillas. Sirius no pudo evitar pensar que se veía más sano y que pocas veces le aparecían heridas nuevas ya.

—Tuviste ayuda —consiguió decir.

Sirius rozó la colorada y marcada mejilla con la suya. Un acostumbrado gesto canino que ambos pasaban por alto en la mayoría de ocasiones.

—¿Me ayudas a preparar algo de cenar? —pidió, mirando los ojos bañados en oro. Su voz era sedosa y hechizante, cargada de propiedades mágicas innombrables.

Remus no tuvo mejor idea que huir de su mirada escondiendo el rostro en su pecho. El sonrojo fue a más cuando Sirius no pudo contener la risa.

—... Te odio.

Moon and StarsWhere stories live. Discover now