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Mariana

- Señorita...
- ¡Señorita!

Abro los ojos despacio, evitando mirar a la cosa más fea en toda mi vida: Un hombre vestido de negro con un maletín.
Y para el colmo, se atreve a despertar a la persona equivocada.

-Señor -digo respirando calmadamente y sin perder los estribos- ¿Le gustaría que lo despertaran cuando esté durmiendo? -respondo mientras restrego mis ojos.

- No, pero señorita... -dice sorprendido por mi atrevimiento.

-¡Pero nada, lárguese de aquí! -digo haciendo un gesto con la mano para seguir con mi sueño.

-Sólo le quería decir que ya llegó a su destino, el chófer solo la está esperando a usted para ir a la siguiente parada, llevo más de cinco minutos tratando de desper...

- Si, si, ya entendí, ahora ayudeme y váyase de una vez que usted no me deja pasar... -y poniendo una cara de curiosidad, le pregunto algo que hasta su esposa ya le habrá dicho- ¿y usted alguna vez ha pensado en visitar un gimnasio?

El tipo vuelve a su asiento automáticamente, rojo como tomate, ignorando como las personas lo miran. Quizás porque no pudo defenderse de una simple jovencita como yo. ¡Ja!, le di su merecido a ese político corrupto.
Sin más busco mi mochila y trato de pararme del asiento de este destartalado autobús.

De un salto soy despojada del bus, sintiendo alivio de por fin dejar atrás mi pasado. Una calle llena de hoyos me da la bienvenida a mi -no tan lindo- futuro.

Saco mi mapa y empiezo a buscar la dirección indicada. Me queda claro que la gente de hoy en día usa GPS para ubicarse, pero ¡vamos!, hay que ser realistas, yo no tengo esos aparatos que dañan la mente y las neuronas.

Según mi mapa, el tesoro se encuentra a unos... quinientos u seiscientos metros.

Empiezo mi camino, observando que este pueblo es muy raro.
Me parece que se llamaba... ¿Verneuil-Seine? Aún pienso que la persona fumó hierba antes de crear el nombre.

Observo las construcciones de la avenida mientras camino y son de tantos colores que mis ojos casi lloran. Por lo que veo en los letreros, son jardines infantiles.

¡Agh, pequeños diablillos!

Soy consciente que mis pensamientos son groseros, pero así soy. Mi propia naturaleza es expresar todo lo que siento.

Seguiría observando, pero un estúpido en bicicleta se atreve a pasar encima de mí, haciendo que caiga en la acera de cemento.

-Mierda -suelto como expresión de dolor. Definitivamente no iba a llorar.

-Perdón, no fue mi intención. -dice el estúpido quejándose y levantándose lentamente del suelo. También se cayó.

-Si claro, no le creo a los desconocidos. -digo con los ojos en blanco y me alejo por seguridad.

Cuando levanto la vista veo a un chico. Es más alto que yo y lleva una camisa del colegio al cual voy a asistir.

-Como quieras -dice por última vez antes de coger su bici -de todas formas es tu culpa, eres la única que caminaba por la vía para ciclistas. En serio, eres la primera estúpida que veo haciendo eso.

Oh mierda, ¿ahora era yo el problema de que se estrellara conmigo? No es mi culpa que quiera estar alejada de las personas que me miran raro al pasar.

- Espera, me estás culpan...?

No termino la frase, porque rapidamente monta su bicicleta y se larga de mi vista.

Apreto mis puños y le grito a lo lejos algunas verdades que de seguro no alcanza a escuchar, pero la anciana que pasa al lado mío sí y dice algo no me espero.

-Cállate niña rara, tu eras la que caminaba como tonta en la vía de ciclistas. -Eso era todo, adiós sentido común.

-¿Que se creé vieja chismosa? ¿Mi madre? -le levanto mi dedo favorito y sigo la caminata, ignorando lo que me grita por detrás.

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¡Hey, Mariana!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora