Capítulo VIII

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Ya un rato había pasado, y a medida que pasaba el tiempo le daba más vueltas al hecho de que había espacio para otra persona, pero no había nadie. Finalmente, me armo de valor y abro mi boca para hacer mi pregunta.

— ¿Alguien más va a venir? —Inquiero de la manera más inocente posible.

El guardia me mira por unos segundos que parecer eternos y responde: "Sí, estamos en camino a recoger a otra de las participantes"

— ¿Sabe algo del paradero de Francisca De León?

— Me informaron que está en otro de los carruajes reales. Ya debe estar cerca del castillo. —

— De acuerdo, gracias

El guardia asiente y su vista regresa al ventanal del carruaje.

Al cabo de unos minutos, aunque para mí fueron eternidades, el carruaje se detiene y en segundos la puerta se abre, donde a través de ella entra una joven pelirroja de piel pálida, casi igual a la porcelana. Tenía unos penetrantes ojos azules, que junto a su llamativo cabello, no la hacían pasar desapercibida.

— Hola —Pronuncia con una sonrisa dibujada en el rostro.

— Hola, soy Carolina —Respondo de la misma manera.

— Mi nombre es Gisela, Gisela Bonbart —

— Un placer —Contesto cordialmente.

Al principio imaginé que tener a alguien más de acompañante haría que el viaje fuera menos aburrido, pero a lo contrario, paso de aburrido a incómodo. ¿Cómo iba a crear amistad con alguien con quien tendría que competir? ¿Cómo es eso posible? Dos incógnitas que no abandonarían mi cabeza durante toda la competencia.

Y eso me aclaraba la mente, aquí no haría amigas, sino enemigas. Ese castillo se convertiría en el mismísimo infierno.

— Señoritas, hemos llegado. —Pronuncia el guardia junto a Gisela.

Nunca en mi vida me había sentido tan aliviada de oír esas palabras. El viaje fue peor que terrible. Gisela me miraba extraño, y examinaba mis prendas, porque a comparación de las suyas, eran harapos de cocina.

El cordial guardia se retira del carruaje y tiende su mano para usarla como apoyo al bajar, justamente hago lo anterior y aterrizo al suelo con la mayor sutileza posible intentado lucir "elegante", si eso era posible. Pero al parecer mis intentos no tuvieron éxito alguno pues nada se comparaba con la gracia con la que se conducía la hermosa pelirroja.

Su equipaje era dos veces el mío. Su bolso estaba marcado con sus iniciales en una hermosa caligrafía antigua.

— Sus equipajes les serán llevados a sus respectivas alcobas luego de la ceremonia de llegada. —Dice el guardia de forma inexpresiva.— Sigan a las mucamas para instalarse. —Señala a dos jóvenes vestidas en uniforme cuyas miradas transmitían un sentimiento de alivio y seguridad.

Por fin, finalmente un rato de descanso

Las mucamas nos llevaron al interior del castillo, cargando con nuestras pertenencias. Me sentí mal por un buen rato al verlas cargar con ese peso, pero cada vez que me ofrecí ayudar en el largo trayecto era rechazada y mirada con asco por parte de Gisela.

Después de subir Dios sabe cuantas escaleras, terminamos en un pasillo con múltiples puertas a los lados. Puertas grandes, de madera, con cerraduras modernas incluidas.

Primero estaba la habitación de Gisela, segunda a la derecha. Y al final del pasillo, del lado opuesto, la mía.

Me detengo en seco frente a la puerta. Esto era, aquí empezaba todo.

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