trece.

2.2K 153 27
                                    


CAPÍTULO TRECE.

Estaba empapada cuando llegué a casa aquella noche. Me había pillado una tormenta justo cuando Mimi había doblado la esquina y tomado un camino distinto, por lo que había tenido que correr lo más rápido que mis piernas me permitieron para no cogerme una pulmonía.

Sin embargo, el estar chorreando agua de lluvia y con un frío que me callaba los huesos no fue suficiente para evitar que me convirtiese en un cliché adolescente y dejase a las mariposas jugar en mi estómago mientras que mis manos se dirigían a mis labios, los cuales tú habías besado un montón de segundos atrás.

No había querido pensarlo. El camino se me había hecho eterno, pero había tratado de distraer lo sucedido de mi cabeza, porque en aquellos instantes yo era una bomba contenida, y si estallaba en mitad de la calle y con Mimi delante, no iba a poder parar. Por lo que principalmente, necesitaba aclarar mis ideas y que mi alma volviese a mi cuerpo para poder ser consciente de lo que había sucedido:

Me habías besado.

No había sido un sueño.

Me querías.

Era, como tú dirías: heavy, muy heavy. Y ni si quiera parecía real.

Habíamos dicho tantas cosas, y a la vez, nos habían faltado tantas por exponer, que aún sentía un regusto amargo en los labios. Me dolía la tripa al pensarlo, y el corazón me seguía latiendo tan rápido como cuando te tenía cerca. Lo cierto era que aún era una cría, quizá, demasiado pequeña aún como para que el amor no se me llevase por delante como un jodido terremoto, quizá aquello era como el que se mete en la boca de un huracán, que por muy poco que sea, cuando estaba a medio camino, ya no podía evitar los pasos hacia ti.

— ¿Ana?

La voz de mi hermano Joaquín me sobresaltó. Entonces, escuché ruidos en la cocina y un suave olor a sopa.

Mi hermano se asomó desde el salón para encontrarse con mi estampa: Yo, apoyada contra la puerta y empapada como si hubiese sobrevivido a un diluvio.

— ¿Qué pasó?, ¿Dónde estuviste? — Me preguntó él, con cierto tono acusatorio. — ¿Qué haces ahí parada?, ¡Ve a cambiarte ahora mismo!

Joaquín me empezó a gritar, y aunque no entendía muy bien por qué, conocía a mi hermano, y solo sabía que este perdía los nervios cuando estaba agobiado. Así que, mi sexto sentido me decía que había pasado algo, algo de lo que mi padre, mi hermano, y quizá mi madre, me estaban manteniendo al margen.

Decidí subir en silencio las escaleras hasta llegar al baño. Una vez allí, cerré la puerta y me senté en la taza del váter mientras me quitaba la ropa con cuidado.

Abrí el grifo y dejé correr el agua caliente hasta que la bañera se llenó un poco, y acto seguido, me sumergí en ella. Estaba sentada, con la piel algo roja por el calor, un calor que contrastaba con el frío que aún, sentada, me hacía tiritar.

No solía darme baños. Eran demasiado silenciosos y dejaban una cabida demasiado extensa al pensamiento. Y yo no quería pensar. Porque pensar significaba tenerte todo el rato en mi cabeza cuando quería sacarte de ella. Y era más fácil fingir que mis sentimientos tenían un botón de encendido y apagado que simplemente afrontarlos.

si fuese fácil.  // Wariam.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora