siete (p.2)

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  Con este capítulo acaba una 'etapa', pero en el siguiente las cosas se irán encaminando, don't worry.

CAPÍTULO SIETE. (p.2)

Doscientos treinta y cuatro. 

Últimamente me había vuelto una experta en huir de las cosas. Empezaba con mis sentimientos, contra los que vivía en una carrera de resistencia constante, y terminaba con aquel pasillo y aquella habitación. Mis piernas flaqueaban, temblaban con temor como dos piezas de gelatina a medida que los metros se hacían más excasos y ese carnaval en mi estómago se hacía más intenso. 

¿Quería verte? 

Era una pregunta que se repetía en mi mente desde hacía horas. Y por supuesto quería hacerlo, pero no iba a negar que me daba un miedo irracional poner un pie en aquella habitación. Cuando te había visto caer se había parado el tiempo, y también lo había hecho mi corazón durante unos largos segundos para después latir con tanta fuerza que comencé a marearme. Mis ojos se encontraron con los de Marité, y mi cuerpo, de forma casi involuntaria, se estrelló contra el de Mimi. Desesperada, y sobre todo, acostumbrada a su abrazo, me dejé hacer. 

Su compañía se me hacía cada vez más agradable, y en cierto modo, sentía que podía hablar de todo con ella, incluso de cosas que me parecían imposible contigo. Además, creo que Mimi era probablemente la única persona en la faz de la tierra que se daba cuenta de que lo que sentía por ti era más que un vago sentimiento fraternal. 

Los ojos de tu madre se me hicieron casi desconocidos durante unos segundos, luego volví a casa. Marité siempre había sido algo así como una madre para mí. O al menos, esa figura que a mí me faltaba. 

Me había ayudado la primera vez que me vino la regla y cosido las faldas que me quedaban demasiado grandes para mi fina cintura. Si alguna vez había tenido miedo, había estado ahí para agarrarme y darme las alas suficientes para echar a volar. 

Me quería como tú me querías, y era, verdaderamente, una sensación cálida y gratificante. 

— ¿Cómo está? — Me atreví a preguntar. Marité me miró, en aquellos instantes, con gracia. Estabas bien, era obvio que al final, no había sido gran cosa, pero yo venía en son de dramatismo y preocupación, influenciada por las miles de películas dramáticas que habíamos visto juntas en un sofá compartido. 

— Mejor, le han dado un calmante para el dolor. Esta un poco grogui, te aviso. — Me dijo tu madre desde la puerta, echando un vistazo al interior. Yo, por mi parte, aún no me atreví a mirar. 

— ¿Cómo cuando las muelas del juicio? 

Marité asintió. — Algo así. Pasa, Ana. Lleva media hora preguntando por ti. 

Sí, esa era la verdadera razón por la que estaba allí. Porque cuando menos creía que podías necesitarme, gritabas mi nombre en los labios de otra persona y yo acudía casi sin pensármelo. Quizá por promesas que me había hecho a mí misma, quizá porque realmente me era imposible alejarme de ti y pasar página. No sé, pero el caso es, que hiciese lo que hiciese, mi destino siempre te encontraba de nuevo. 

— Anita... — Tú voz se tambaleó en tus labios cuando me viste entrar. Tenias los ojos entrecerrados, una mirada cansada, un brazo escayolado y una fuerte contusión en la cabeza. El golpe te había dejado un visible moratón en la mejilla derecha, y debía admitir, que aún así, estabas guapa. 

— ¿Cómo estás, guerrera? — Dije, tratando de calmar mis propios ánimos. 

Una pequeña sonrisa se instaló en tus labios, y durante unos instantes, me sentí como si el tiempo no hubiese pasado. Volví a aquel primer día de instituto, montadas en el coche y a aquel sentimiento de hogar y confianza que me transmitía el tacto de tus dedos. 

si fuese fácil.  // Wariam.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora