3: Mi vida dejó de ser mía

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Yara da un grito terrible. Me asusto al escucharla. No obstante, varios policías se acercan y nos empujan a Yara y a mi para poder entrar a la casa.

—¡Hay un herido!—Grita un oficial. Enseguida, dos paramédicos entran con una camilla.

—¿Qué ha pasado?—Pregunta Yara.

—Nos atacó. Alguien nos atacó.

—Ven conmigo.

Ella pasa su brazo alrededor de mis hombros y me saca de la casa. Hay dos patrullas y dos ambulancias afuera, Yara me pide que me acerque a una ambulancia para que me revisen. Lo hago. Me checan velozmente y me dicen que nada me ha pasado; me dan una manta y me quedo esperando en la ambulancia mientras Yara habla con otro policía, mientras tanto, observo como se llevan a Alan en la otra ambulancia. Yara se acerca con el otro oficial y al verle el rostro, lo reconozco, él fue el que me hizo las preguntas esta mañana en la escuela.

—Nos vemos otra vez—dice—. Te haremos unas preguntas, ¿te molestaría ir a la estación para llenar el reporte?—Asiento.

—No te preocupes, Juan, estarás bien.

—¿Qué demonios está pasando?—Pregunta, repentinamente, Sarette.

Yara pone los ojos en blanco y se vuelve a ella.

—No puedes estar aquí, ¿qué haces aquí?

—Vine de visita. ¿Qué demonios pasa, Yara? ¿Juan Carlos?

Yara trata de evadirla, pero le digo que la deje en paz. Yara cede.

—¿Dónde está Alan?

—La ambulancia se lo ha llevado ya.

Sarette me da un abrazo y después se acerca a su hermana. Me bajo de la ambulancia y lo primero que veo es la furgoneta de Adrián González. Me molesto. ¿Cómo hace para enterarse tan rápido?

Le escucho gritar a su camarógrafo, Yara se acerca y me pide que me suba al auto. Lo hago porque no quiero que Adrián se me acerque.

Antes de arrancar, Adrián ya está tocando mi ventanilla y haciendo preguntas.

—¿Te han atacado? Cuéntanos que pasó, ¡la gente merece saber que pasó!

Yara acelera, pero él trata de seguirnos el paso. Yara aumenta la velocidad y al fin, el reportero se queda atrás.

No tardamos mucho en llegar a la estación, pero, como era de esperar, toda la prensa está ahí esperando a que se diga algo de lo que acaba de pasar.

Yara los evade un poco para que Sarette y yo podamos pasar. Nos cuesta un poco de trabajo, pero logramos entrar. Yara me pide que permanezca en la entrada.

—¿Ya sabe tu madre?—Sacudo la cabeza—Tienes que avisarle.

Giro mi cabeza hacía ella y ella solamente frunce el ceño. Yara se acerca nuevamente y me dice que la siga. Lo hago. Ella me lleva a una oficina más grande que las otras, hay un hombre esperando; este hombre tiene una calva que abarca casi toda su cabeza, es estatura media y se nota que ha estado ejercitándose. Seguramente es el comandante. El hombre le dice a Yara que espere afuera y ésta le hace caso. Me hace una serie de preguntas y yo las respondo. Sus preguntas no tienen nada que ver con la de los dos oficiales que nos interrogaron en la escuela esta mañana, sino que esta vez, ya siendo una víctima, puedo dar más detalles. Digo todo lo que pasó, lo que vi, lo que le hizo a Alan. Hace casi media hora me salvé de ser asesinado por-lo más seguro-un psicópata.

—Eso es todo. Ya puedes retirarte—dice él y salgo.

—Tú mamá ya viene en camino—dice Yara.

—Gracias.
Espero alrededor de veinte minutos hasta que mi santa madre llega bastante preocupada.

—¡Juan Carlos!—Grita mi madre—¿Estás bien? ¿No estás herido?

—No, mamá. No estoy herido.

Mi mamá me toca de la cara, brazos, piernas, etc.; para checar si estoy bien. Sólo estoy un poco adolorido y cansado; lo único que quiero hacer es tocar mi cama y no despertar jamás.

Mamá me saca velozmente de hospital y me sube a su coche, en donde está mi hermano pequeño casi dormido. Cuando me veo en el retrovisor, me doy cuenta de que tengo ciertas gotas de sangre en mi frente. No tomo tanta importancia porque se que mañana en la mañana ya no van a estar ahí.

Cuando llegamos a casa, lo primero que hago es ver todos los recortes de periódico que tengo pegados en la pared de mi habitación. Me pregunto si realmente todo lo que pasa ahora estará relacionado con los hechos del pasado. Si realmente estamos lidiando con el mismo asesino. O simplemente es otro loco que quiere matar para llamar la atención sin motivo alguno.

—¿Qué te pasó?—Pregunta mi hermano pequeño—Tienes sangre en tu espalda.

—Algo por lo que no debes preocuparte, enanito.

—Mí mamá fue por ti a la policía, ¿mataste a alguien?

—Ya mejor duerme, ¿quieres?

Mi hermano aún no entiende que es lo que está pasando, pero no creo que sea necesario que sepa que probablemente hay un maniático que quiere cortarnos la cabeza.

Me acuesto y esa noche sueño con Alan. Sueño en como lo asesinan y grita mi nombre por ayuda. Soy totalmente inútil. No puedo ayudarlo aunque quiera. Alan muere y sé que el siguiente soy yo.

Por la mañana, todo parece estar bien, parece ser un día normal, pero desgraciadamente, no lo es. Tomo una ducha y cuando me doy cuenta ya estoy yendo a la escuela.

La calle de la escuela está más saturada de reporteros y camionetas que el día anterior, creo que es una maldita tendencia el ataque. Me tienta la opción de no ir a la escuela pero alguien grita mi nombre y todos se vuelven hacía mí, de inmediato todos se acercan y comienzan a hacer preguntas.

—¿Cómo sobreviviste al ataque?

—¿Sabes quién es el asesino?

—¿Cómo te sientes? ¿Estás herido?

Son el tipo de pregunta que realmente no quieres contestar. Sarette me llama y velozmente me saca del lío en el que estoy metido.

—Váyanse a la mierda, a ustedes no les importa.

Y al momento de poner un pie en la escuela, entendí que mí vida dejó de ser mía.  

Matar Es una Experiencia ExtrañaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora