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El no haber visto a Michael durante una semana la había consumido por completo, Nana tampoco sabía absolutamente nada sobre el, eso o se negaba a dar alguna información sobre el, tal ves a petición de Michael, quizá seguía molesto con ella por haber intentado evitar aquel ataque.

Fue la tarde de un viernes cuando recibió una llamada un tanto extraña, un hombre llamado Mead, un cansiller, quien a pedido de Michael se había comunicado con ella.

Una dirección basto y un automóvil negro llegó por ella.

El camino se le hizo eterno, a pesar de haber dormido más de la mitad, se encontraba cansada, sin embargo, la idea de ver a Michael hacia su estómago brincar de la emoción.

Hemos llegado, jovencita.- La voz de Mead resumbo en sus oídos mientras observaba tranquilamente aquella academia. No podía creerlo.

¿Como demonios eso era una academia? Era un juego de grandes paredes.

Lo más llamativo a todo esto, fue la gran figura frente a ella, un chico peinado completamente formal, con una capa negra, un traje, sus ojos se veían más azules aún en la distancia y su cabello rubio que luchaba por salir en sus rizos.

Sintió su mirada romperla, y sin pensarlo, en cuanto el abrió sus brazos, ella salió corriendo con dirección a él.

En menos de cinco segundos, sentía los brazos de Michael encerrandola en su cuerpo. Basto sólo inclinar la cabeza para que este dejara un beso en sus labios.

Una sola semana, querida, y tu cabello es más verde de lo normal.- elogio Michael tomando un mechón entre sus dedos, Polaris sonrió ante el.

Te extrañe, lo hice bastante.- Hablo en un susurro, sin embargo, tan pronto termino esa oración, se alejo de los brazos de Michael. - ¿Porque demonios no me escribiste, no llamaste o no me buscaste? Jodido Langdon, ¿Crees que fue fácil para mi?

Le grito mientras lo empujaba, la sonrisa de Michael se borro por completo, y sin pensarlo, las manos de él tomaron con gran fuerza los delgados hombros de ella, apretandolos.

No era raro que Michael tuviera estos arranques de furia en contra de la chica, su vida era así, su relación con ella era así.

No le importaba si ella sufría a manos de él, si el quería, podría hacer que sufriera en carne propia, al final de cuenta, ella era de él.

El cuerpo de Polaris se congeló al ver los ojos de Michael completamente en blanco y aquella cara blanca, se quedó sin habla y por más que le lastimara la fuerza que el estaba aplicando en sus hombros, no fue capaz de pronunciar palabra alguna. ¿Donde demonios se encontraba Mead?

Noto como todo a su alrededor había dejado de tener sonido alguno, el día había desaparecido, ahora una oscuridad completa los rodeaba. Cerró sus ojos esperando estar equivocada, y al abrirlos de nuevo, sabía que ocurriría de nuevo.

Las lágrimas inundaron por completo sus ojos, la presión de Michael comenzaba a dolerle bastante y que Michael la llevara a aquel oscuro lugar en su mente, era aún más peor.

¿Quién te crees que eres para hablarme así, jodida perra?. - Le cuestionó Michael mientras la jalaba con fuerza, Polaris coloco fuertemente sus manos en los brazos de él intentando escapar de él, sin embargo, su distracción le costó, pues al momento, la gran mano de Michael había aterrizado por completo en su mejilla con tanta fuerza que dejó de sentir la presión en sus brazos y con gran fuerza, su cuerpo rebotó al suelo.

Sintió el metálico sabor de la sangre en su lengua, y las lágrimas rodar sus mejillas.

Detente.. Mich, por favor.- suplico entre sollozos, cerrando los ojos con fuerza, cuando volvió a abrirlos, todo aquello que había visto anteriormente, se había esfumado.

Su mejilla ardía por el reciente golpe, pero ella sabía que no tenía absolutamente nada, su cuerpo temblaba bajo los brazos de Michael

Tranquila, querida, solo era lo que pasaría si... Llegases a hacerme otro berrinche.- susurro Langdon en su oído para depositar un suave beso en su mejilla.

Darknees | Michael Langdon |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora