21. La llamada

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Zuro.

—Te dijo el médico que no hicieses esfuerzos— la regañé al verla intentar levantarse.

—Pero...— se intentó excusar.

—No hay peros, mamá— le quité el plato sucio de la mano y me levanté yo en su lugar.

—¡Si sólo es recoger la mesa! — se quejó mientras se sentaba de nuevo en la silla.

—Si, claro— rodé los ojos mientras que quitaba lo demás de la mesa— y ayer sólo era limpiar la casa— la miré atentamente y ella sólo agachó la cabeza.

—¡Es que me siento una inútil si no hago nada! — hizo un pucherito como si fuese una niña pequeña, y no pude evitar reírme por su comportamiento.

—Mamá— la llamé y ella me miró— me eres útil a mí sólo con tenerte a mi lado— le di un beso en la frente.

La escuché llorar y al verle la cara, le quité instantáneamente las lágrimas que recorrían por sus mejillas.

—Ten cuidado Zuro— me dijo acariciando mi mejilla y yo le sonreí en respuesta.

Cuando tuve el altercado con "el chino", mi madre estuvo involucrada desde aquel día en mi trabajo, no me quedó otra que explicarle todo temiendo por su desaprobación, pero fue más comprensiva de lo que esperaba y me apoyó a partir de ese día con mi trabajo. Todos los días después de aquello, cada cosa que pasaba, hacía u decía se lo contaba aunque me costase bastante hacerlo. Era difícil hablar de estas cosas con tu madre por mucho que me apoyase y me dijera una y otra vez que tuviese cuidado, era muy difícil sabiendo que desde el primer día que me comprometí con mi trabajo, prometí que lo mantendría en secreto y ahora temía por lo que le pasara a mi madre y a mi futuro hermanito o hermanita.

Antes de que estuviese ahora en el punto de mira, vivíamos en el primer cuchitril que encontré a las afueras de la ciudad cuando tuve que huir de los disparos provocados por "el chino". Seguía trabajando sin levantar sospechas y con mil ojos en todas partes para que mi jefe no sospechase nada.

Mike se vio en la obligación de ayudarme en salvarme el culo cuando podía ya que tanto él como yo, tuvimos la culpa de lo que sucedió semanas atrás y también me llevaba de vuelta a casa cuando terminaba de trabajar, pero un día, se torció la cosa más de lo que esperaba.

—Zuro, he encontrado una casa en condiciones donde podéis vivir tu madre y tú tranquilos— me soltó de golpe.

—¿Qué? — contesté confuso.

—No podemos arriesgarnos más— contestó serio— el otro día nos siguió un coche desde que entraste al mío para llevarte de vuelta a casa— comenzó a explicar— ya saben dónde vives— me avisó.

—¿Qué? — volví a preguntarle, pero esta vez intentando hacer desaparecer la bola que tenía en aquel momento en mi garganta, a medida que iba tragando saliva.

—La casa corre de mi cuenta, no te preocupes por tu trabajo, te cubriré aquí cuando el jefe pregunte por ti, tu mientras tanto podrás seguir trabajando desde casa— me explicó— en el sótano te he dejado más información.

Y a partir de ese día, ahora mi madre y yo vivimos en una casa nueva, trabajo en el garaje clasificando el armamento que vienen a recoger unos camiones que simulaban ser de reparto de comida y mi madre se siente más tranquila al tenerme en casa con ella, pero, lo que yo no sabía era que aquella tranquilidad que sentía ahora, se esfumara de golpe al recibir tan sólo una simple llamada.

—¡Zuro, el teléfono! — me gritó mi madre desde arriba.

Dejé lo que estaba haciendo a medias y frotándome las manos subí escaleras arriba, dirigiéndome después hacia la mesita que había en mitad del pasillo con el teléfono fijo sobre esta.

El único que me llamaba a casa era Mike, ya que era el único que sabía de mi paradero; algunas veces lo hacía para comunicarme alguna que otra novedad y otras era simplemente para preguntar cómo nos encontrábamos mi madre y yo, o si había pasado algo en casa, pero esta vez fue muy distinto.

—¿Qué pasa Mike? — pregunté frunciendo el ceño tras descolgar.

Escuché una carcajada de fondo y me tuve que apoyar en la mesita donde estaba el teléfono para no caerme al reconocer aquella risa.

<< Dime que esto es una broma de mal gusto >> recé para mis adentros.

—Cuánto tiempo Zuro— me lo imaginé sonriendo.

—¿Qu...— no sabía qué decirle, tampoco sabía cómo reaccionar, había entrado completamente en un estado de shock.

—¿Tanto tiempo ha pasado que ya ni me reconoces? — ironizó y se rió de nuevo a carcajadas.

—Que- ¿qué tal jefe? — intenté sonar indiferente, casual, como si no hubiese pasado nada, pero me era muy difícil ya que si la cagaba con este hombre, dejaría de tener vida.

—Veo que te va muy bien trabajando desde casa— se me erizó la piel y comencé como un loco a mirar por las ventanas por si alguno de sus hombres me estaba viendo o algo— me parece increíble que hayas tenido más confianza con el estúpido de Mike para pedirle trabajar desde casa, que con el quien te paga.

—L- lo siento señor— me disculpé por inercia.

—¿Cómo está tu madre? — preguntó por ella y comencé a buscarla por la casa al escucharle nombrarla. Me tranquilicé cuando la vi tejiendo algo que seguramente era para el bebé.

—Bien, señor— le contesté con miedo.

—No estés tan tenso chico— se rió— no le haré nada a tu madre— se hizo un silencio muy incómodo— por ahora— dejó caer esto último y abrí los ojos como platos.

<< Mi madre no, por favor >>

—Te preguntarás el por qué de repente la llamada— me lo imaginé sonriendo y yo sólo pude aferrarme con fuerza al teléfono teniendo cuidado de no romperlo por la fuerza que ejercía sobre él— necesito que vengas a mi despacho.

Me quedé en silencio.

<< Lo sabe, lo sabe, me va a matar, voy a morir... >> fue lo único que pensé.

—Me ahorraré el decirte cuáles serán las consecuencias si te niegas a venir— miré a mi madre automáticamente— así que, sé un buen chico Zuro, sal de casa y móntate en la furgoneta negra— cortó la llamada.

—¿Qué ha pasado Zuro? — me sobresaltó la voz de mi madre haciendo que me llevase la mano al pecho.

Le expliqué rápidamente la llamada y ella me miró horrorizada.

—Zuro, por favor no vayas— me pidió al asomarse por la ventana que daba a la puerta de la casa y ver que, efectivamente, justo enfrente estaba la furgoneta negra que me había nombrado el jefe.

—Mamá, no quiero correr el riesgo de que ninguno de los dos salgáis heridos por mi culpa— contesté mientras me equipaba con las pistolas que tenía guardadas por casa por si pasaba algo.

—Pero...— me agarró del brazo al verme ir hacia la puerta y yo sólo pude sonreírle.

—Mamá, te prometo que llamaré cuando pueda para que sepas que estoy bien— le prometí— baja las persianas y no le abras la puerta a nadie— mandé— si pasa algo, debajo de esta baldosa hay una pistola— pisé la baldosa haciendo que esta se doblase un poco dando a entender que estaba suelta— te quiero— fue lo último que le dije antes de salir tras darle un beso en la frente.

Nada más poner un pie fuera, dos hombres el doble de grandes que yo, me colocaron a la fuerza un saco en la cabeza y me metieron dentro de la furgoneta sin ninguna delicadeza.

—Quédate en silencio— fue la última voz que oí después de escuchar el motor de la furgoneta encenderse.



SEIS DEMONIOS  [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora