Trilogía en ambos mundos

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Trilogía en Ambos Mundos

Jokin M. Maneiro

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A mis padres, por enseñarme la magia de las palabras y los libros A Sebas e Igor, por su paciencia, sus comentarios y su amistad A Marce, por todo esto, por todo lo demás y por muchos, muchos años

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UN PEQUEÑO LEGADO

De manera casi mecánica, Wendell continuó con su ritual diario y, al entrar en la sala grande, saludó con una inclinación de cabeza al retrato de su padre que presidía solemnemente la estancia desde la parte superior de la chimenea. El hogar se encontraba encendido en un fútil intento de caldear la casa ante el frío reinante en el exterior. Frotándose las manos y lleno de energía a pesar de la larga noche, el joven se sentó a la mesa donde le esperaba humeante el café recién hecho de Mildred junto con una jarra de leche, unos bollos recién horneados, mantequilla, mermelada y lo que más deseaba ver ese día: el Providence News. Tras una rápida ojeada a la portada buscó nervioso la página de Sociedad, donde aparecía un grupo de noticias que ese día prometían ser muy interesantes: los obituarios. Dos nombres aparecían impresos ese día. El primero era el del canónigo de la catedral de Boston, hombre muy anciano al que Wendell conoció una década atrás, en el funeral de su madre. No lo volvió a ver hasta hacía unos tres años, en el de su padre y, por último, se había entrevistado con él unos días

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atrás. Esperaba que su muerte no hubiera sido por culpa suya. El segundo nombre lo leyó con una sonrisa al comprobar que era la persona que deseaba ver en esa página, la que tanto había le hecho sufrir y pelear para conseguir lo que le pertenecía por derecho. Christopher era mayor que él pero no era más que un bastardo, fruto de una lamentable aventura de su progenitor. Desafortunadamente, por un estúpido sentimiento de

culpabilidad de este, lo había reconocido públicamente como legítimo poco antes de que la enfermedad que lo atenazaba se lo llevara. Su hermanastro se abalanzó sobre la herencia como un perro de presa. Lo que Wendell aún no entendía era de dónde había sacado el dinero para contratar a los mejores letrados de Nueva Inglaterra, Howards y Samuelson. Más aun, le sorprendía cómo, teniendo los recursos suficientes para contratarlos, le interesaba tanto robarle el pequeño patrimonio que había dejado sin testamentar su predecesor pues, probablemente, Christopher se había gastado una cantidad similar para hacerse con sus servicios. En cambio, él sólo quería lo que le correspondía como miembro legítimo de la familia; él no era un intruso o un advenedizo. Durante el juicio no pudo hacer frente a esos dos colosos de las leyes, a pesar de que Wendell estaba reconocido como un buen abogado. Sabía de antemano que tenía pocas

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opciones,

como

demostró.

Ambos

sus

argumentos con facilidad pasmosa, ambos se rieron de él, ambos pusieron al público en su contra, ambos le humillaron... Ambos morirían como lo había hecho su hermanastro. Comenzó a planearlo todo poco después de recuperarse de la afrenta soportada durante el juicio. Durante un tiempo casi ni se atrevía a salir de su casa victoriana más que lo estrictamente necesario y, en estas ocasiones, procuraba que lo viera en la calle la menor gente posible. Poco a poco fue ganando la confianza necesaria para poner en práctica su idea. Tras recuperar sus primeras fuerzas se dirigió a la oficina de Anthony Prescott, albacea depositario de los bienes conocer

pertenecientes a su difunto padre. Necesitaba

exactamente todas y cada una de las posesiones por las que había luchado con su hermanastro pues temía haber pasado por alto algún documento que encerrara el motivo de la disputa y una más que probable riqueza para su poseedor. La visita no aclaró nada. La pequeña villa, a medio camino entre Providence y Warwick, con sus muebles, el viejo carruaje y unas acciones en una empresa maderera que prácticamente estaba en quiebra. En el listado de los muebles y demás enseres de la casa no había nada extraño. Incluso el contenido de la caja fuerte era muy escaso, títulos accionariales por valor de sesenta dólares, otros ochenta en metálico y un libro titulado

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