Cuando Ally enfocó el telescopio delante de ella, sus labios dibujaron una risa burlona.
—Hogar, dulce hogar... —dijo, mientras miraba a su alrededor.
Los estantes invadidos por los tratados científicos le transmitieron una acogedora sensación de calor, pero su sonrisa se transformó en una mueca de disgusto cuando se dio cuenta de que estaba sentada en la silla de ruedas eléctrica. Había vuelto a la realidad originaria y las sensaciones corporales eran completamente fieles. Trató de ponerse de pie, pero ningún músculo de las piernas respondía.
¿El recuerdo era tan extraordinariamente preciso que la clavó en aquella silla a pesar de que era consciente de que se encontraba en una realidad puramente mental?
«Parece uno de esos sueños en que intentas gritar y no lo consigues», pensó mientras apoyaba una mano en la rueda derecha y la acariciaba, antes de empujarla hacia delante para moverse en la dirección opuesta. Dio marcha atrás, luego guio la silla hacia la cocina, pasando por el estrecho pasillo. Habría podido accionar los mandos eléctricos, pero prefería usar los brazos. Tener el control de esos músculos la consolaba.
Cuando entró en la cocina, se percató del fuego debajo de la cafetera. El aroma ya estaba invadiendo la estancia, mientras su mirada pasaba rápidamente del calendario colgado en la nevera al reloj de pared. Necesitó una fracción de segundo para entender qué día era. Y qué momento en particular.
La confirmación llegó pocos instantes después, cuando desde lejos oyó la banda sonora de Rocky IV. Era el tema con el que Ally había sustituido el fastidioso chillido del interfono del inmueble. El mando a distancia verde que había patentado, y que tenía la función de gestionar interfono, timbre y cerradura de la puerta de entrada, estaba apoyado en un estante de la cocina. Lo agarró, apretó una tecla y respondió:
— ¿Sí?
—Ally, soy Dinah, perdona la sorpresa.
—Dinah... sube.
Perdona la sorpresa. Recordaba incluso demasiado bien aquella frase. Sabía perfectamente a qué momento de su pasado había sido catapultada. Dinah entraría, diciéndole que tenía que hablarle de algo importante. Se sentarían en la sala, su amiga haría una broma sobre la fila de neones azules que iluminaba la estancia, ella le ofrecería una Coca-Cola y Dinah empezaría a contarle sus desvanecimientos.
Pocos días después, con su ayuda, Dinah partiría hacia Melbourne para verificar si Normani era solo una alucinación o una persona de carne y hueso.
«Sé con exactitud cómo irán las cosas. Quién sabe si puedo cambiar el curso de los acontecimientos...», se preguntó la muchacha.
—Te veo bien... —empezó Ally cuando Dinah entró en la casa, con la bolsa de baloncesto en bandolera, el mechón rubio que le caía sobre la frente y casi escondía sus ojos cafés oscuro. Los ojos achocolatados de quien sabía esconder una emoción, si decidía no dejarla traslucir. Pero, en el caso de Ally, aquellas pupilas aparentemente frías e indiferentes eran un libro abierto, desde siempre. Podía leer en ellas hasta la más mínima turbación del ánimo, cualquier inseguridad. No era casual que su amiga se hubiera dirigido a ella en aquellas circunstancias. Sabía que sería la única en creerle. La única que no le aconsejaría que se hiciera ver por un loquero.
—Desde cierto punto de vista, es el período más hermoso de mi vida.
«Las mismas palabras... es un déjà vu continuo.» Ally cogió una lata del pequeño bar-nevera en forma de coca-cola que tenía junto a la mesa de trabajo, en la sala. La amiga dejó caer la bolsa en el suelo y se sentó en el sillón.
— ¿Qué necesitas? —preguntó Ally.
— ¿Los tienes siempre encendidos? —La mirada de Dinah se demoró sobre la plancha aplicada en la pared de la derecha con las seis lucecitas de neón que daban a la habitación un aspecto similar al de una sala de juegos.
—Solo cuando estoy aquí, trabajando en el PC.
—Ah, entonces, siempre.
—Exacto.
Ally permaneció un instante en silencio después del intercambio de ocurrencias. Era la misma conversación. La misma escena. Un fragmento de un pasado tan cercano en el tiempo que presentaba cada detalle de manera fiel y precisa. Las palabras de Dinah eran las mismas, y también ella se encontró respondiendo, casi sin quererlo, de la misma manera.
Dejó a su amiga la posibilidad de contarlo todo, sin interrumpirla. Ella deseo de ver qué habría ocurrido si hubiera roto el delicado equilibrio de aquel momento era fuerte, pero se contuvo. Hasta que fue el momento de hablar del viaje y Ally improvisó algo fuera de programa.
— ¿Qué quieres hacer? —preguntó.
—No lo sé, no tengo una cantidad semejante.
En aquel punto, en su pasado, había ofrecido ayuda a su amiga. Había sacado tres mil euros de una cuenta en la cual acumulaba sumas sustraídas aquí y allá con sus pequeños timos de hacker; había mandado a Dinah al correo para que le dieran una tarjeta de prepago y la había recargado para cubrir todos los gastos del viaje. Y su amiga había podido partir.
No había mejor ocasión.
—Sí, entiendo —dijo, triste—. No sé cómo ayudarte. Solo para llegar a Melbourne se necesitarán al menos mil, mil quinientos.
—Como mínimo...
—Más la vuelta. Y el hotel.
—Y la comida.
—Amiga mía, lo lamento, pero creo que a esta chica, si existe, la conocerás cuando seas mayor de edad y encuentres un trabajo.
Dinah bajó la mirada y sacudió la cabeza.
—Maldición. De algún modo lo haré. Aunque tenga que robar. Ally sonrió y trató de cambiar de conversación. Las dos pasaron una horita hablando de Normani y luego Dinah decidió volver a casa. El pasado estaba tomando otro cariz. Cuando Dinah cerró la puerta de entrada a sus espaldas, Ally levantó las cejas, condujo la silla hacia la ventana de la sala y escrutó más allá del vidrio. Los grises perfiles de los edificios milaneses dibujaban geometrías conocidas, mientras las luces de la tarde hacían brillar las calles, que parecían una serie de pistas de aterrizaje. ¿Qué había hecho? ¿Había impedido, de veras, el encuentro entre Dinah y Normani, o el lugar en que se encontraba no era más que una especie de sueño lúcido, una reproducción realista de una escena de vida vivida, pero de consistencia evanescente, destinada a agrietarse de inmediato? ¿Sus acciones tendrían un efecto sobre el presente? ¿Había, aún, un presente? Su mirada vaciló sobre el cielo cubierto de nubes, mientras en su cabeza rebotaban los interrogantes más disparatados. El pensamiento se detuvo por un instante en el asteroide que en pocos días decretaría el fin de la civilización. Aquel centelleante montón de tierra encendida que pronto aparecería sobre sus cabezas. Quizás era mejor volver lo antes posible a la reconfortante realidad ficticia de Barcelona. Pero en el silencio de su vieja casa, frente a un mundo inconsciente del inminente fin, los interrogantes estaban claros: ¿cuán profundamente podría llegar? ¿Cuáles eran los confines de Memoria? ¿Qué escondía el laberinto de recuerdos en que se encontraba?
Bueno chic@s aquí está el capítulo, espero que les haya gustado el capituló de hoy. Si hay algún error, por favor háganmelo saber para poder editarlo.
PD: Bueno voten y comenten mucho, me encanta saber lo que piensan de los personajes y sus propias teorías.
XOXO
Nat.
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Memoria (Adaptación Norminah)
FantasyADAPTACIÓN A NORMINAH DEL LIBRO ORIGINAL DE MULTIVERSO DE LEONARDO PATRIGNANI. Continúa la historia de Dinah, Normani y Ally en el Multiverso. Dinah, Normani y Ally han comprobado por sí mismas lo que significa estar perdidas en las calles infinitas...