Parte 13

8 3 0
                                    

La tormenta que estaba anegando Barcelona seguía arreciando, mientras Ally permanecía con los codos apoyados sobre el murete y la mirada arrebatada por el mar.

El aguacero era de una violencia impresionante. Encrespaba las olas con la furia de un tornado y doblaba los árboles mientras sobre el paseo marítimo, cualquiera que fuese la dirección emprendida, el viento parecía siempre en contra. Las persianas de los edificios asomados al Passeig Marítim de la Barceloneta estaban cerradas, la calle paralela al paseo estaba desierta. De vez en cuando algún taxi corría por el carril libre, con la luz verde difícilmente visible en medio de aquella copiosa cascada de agua.

Cuando Ally se volvió, dando la espalda al murete, su padre estaba delante de ella.

—¿Qué significa esto?

El hombre estaba sentado detrás del escritorio de madera antigua, con la cabeza baja, concentrado en garabatear sobre una hoja con la pluma que surcaba con fogosidad el papel. El escritorio se encontraba en el centro del paseo. El diploma de doctorado summa cum laude en Medicina estaba colgado del tronco de una palmera.

—Papá...

Jerry Hernandez levantó la vista.

—Ally, ¿no ves que estoy trabajando?

—La mutagénesis insercional. ¿Cómo funciona? Debo saberlo.

El doctor miró a su alrededor, mientras la tempestad arrastraba las hojas del escritorio.

—¿No te acuerdas? He creado una enzima de restricción. Endonucleasa del segundo tipo. No necesita energía y el corte se produce en relación con secuencias muy específicas con...

—¿Qué demonios quieres decir? —Ally se acercó, titubeante.

El hombre esbozó una media sonrisa.

—Al aumentar el sustrato, la velocidad de reacción aumenta hasta el nivel máximo. ¿Y sabes cuál es el sustrato?

—¡Papá, te lo ruego! No sé de qué me estás hablando, así no me ayudas.

Jerry no apartó los ojos de su hijo:

—¡Las HCG! ¡Las gonadotropinas coriónicas!

Ally agachó ligeramente la cabeza y escrutó a su padre con aire confuso. Luego se llevó las manos a la cabeza, impotente ante aquella absurda visión, mientras la lluvia mezclada con granizo estaba haciendo jirones cada hoja de la mesa de trabajo de Jerry, y el viento arrastraba plumas, blocs de notas y agendas.

—¿Qué son? No entiendo...

—¡Las hormonas del embarazo, Ally, despierta! Cuántas veces te he contado la historia de aquellas diez mujeres... He inyectado en sus cuerpos esa enzima, que se activa solo en presencia de un alto número de gonadotropinas coriónicas. ¿Y cuándo se verifica esto?

—¡Yo... no lo sé!

—¿Cómo no lo recuerdas? ¡En el caso de un embarazo, Ally! Bien, para decirlo todo, también en presencia de algunas neoplasias.

—¿Diez mujeres? —preguntó Ally—. Creía que...

—Eran todas pacientes mías. Estaban pensando en traer al mundo un niño. La situación ideal. Para la activación de esa enzima se necesitaba un alto número de HCG, por tanto, un embarazo. Solo así las endonucleasas del segundo tipo cumplirían la misión para las que las había proyectado. Penetrar la membrana de la placenta y dar en el blanco establecido: vuestro cerebro, en las primeras semanas de vida. En el período en que se va formando.

Antes de vislumbrar a Dinah y Normani a lo lejos, y antes de que su padre volviera a desvariar sin dignarse ya a mirarlo, Ally balbuceó con un hilo de voz:

Memoria (Adaptación Norminah)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora