Corrí agitada hasta mi habitación mientras el pavor inundaba mi cuerpo. Cerré la puerta bruscamente para echar el pestillo a toda prisa. Noté como mi respiración se aceleraba al escuchar los pasos acercándose. Quería gritar, alertar a alguien; pero, cuando me quise dar cuenta, él ya estaba dentro después de haber forzado la cerradura. Sólo conseguí taparme la cara. Presa de la angustia empecé a llorar y, afortunadamente, cuando aparté mis manos únicamente se podía ver el rastro de lo que había pasado.