De Ida y Vuelta

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                     "El perdón cae como lluvia suave desde el cielo a la tierra.             Es dos veces bendito; bendice al que lo da y al que lo recibe"

                                    William Shakespeare (1564 – 1616). Poeta inglés.



"Perdón", ¿qué significa? ¿Puedo yo dar una respuesta? No sé... no lo sé. En una sociedad como la nuestra en la que, hoy, dejar de lado el orgullo es como perder una parte de uno mismo. Una palabra que implica aceptar nuestros errores y los de otros para luego dejarlos ir. Todavía existe poca gente lo suficientemente valiente para hacerlo, y la admiro por ello.

La admiro por hacer algo que yo no.

Pero para entender de lo que hablo deben conocer la historia completa.

Hace casi cinco años de lo sucedido, mis hijos y yo nos encontrábamos haciendo nuestra típica noche de películas esperando a que su padre llegara de la oficina para cenar. Estaba más demorado que de costumbre, debía de terminar unos papeles que a primera hora de la mañana tendría que entregar a su jefa.

Me acerqué a la ventana, algo inquieta, miles de ideas pasaban por mi cabeza, pero todas tan lejos de la realidad que me esperaba poco después.

El teléfono produjo un ruido tan estridente al sonar que me asustó, pero sin dudas, no esperaba lo que estaban a punto de decirme. Se me resbaló de las manos luego de recibir la impactante noticia, lágrimas corrieron por mi rostro al instante, y mi cuerpo se movía de forma mecánica. Me tumbé en el sillón, completamente shockeada, cuando vi a mi hijo mayor tomar el teléfono por el cual momentos antes me habían dado una de las peores noticias de mi vida, la cual había dado un giro de ciento ochenta grados.

Quien fue mi mejor amigo durante toda mi vida, mi novio y ahora esposo se encontraba en el hospital. Dos bestias lo arrinconaron y golpearon hasta dejarlo casi inconsciente intentando quitarle lo poco que tenía encima, un objeto que centelleaba en la oscuridad, fue su verdugo, fue lo que le dejaron sin remordimiento alguno.

Durante estos años los médicos hicieron hasta lo imposible por salvarlo, pero todos sus intentos eran en vano. Estaba sumergido en un profundo coma del que no podían sacarlo, y para mi todo lo que hacían no era suficiente.

Una máquina era lo único que lo mantenía a mi lado. Debíamos de esperar un milagro.

Convertí mi vida y la de mis hijos en una miseria constante. Mi egoísmo los obligaba a verlo inerte, pálido, postrado en una cama, sin ni siquiera poder sentir la calidez de sus manos ahora heladas ni el sonido ronco de su voz, la cual apenas recordaban. Los obligué a vivir los últimos años de niñez y su adolescencia dentro de las mismas cuatro paredes blancas, frías y en permanente penumbra.

Nunca permití que se lo llevaran de mi lado. Miles de veces intentaron hacerme entrar en razón.

Su corazón latía pero ya no vivía, hacía tiempo había dejado de hacerlo. ¿Quién o qué era este que se encontraba a mi lado?

Tanto mis hijos, ahora mayores, como nuestra familia completa lo entendía, salvo yo.

Día tras día visitaba la misma habitación, en el mismo hospital, con el mismo cuerpo inerte sobre la cama.

Nada cambiaba, mis esperanzas habían muerto hacía tiempo pero mi egoísmo, mi miedo a la soledad era tan grande que me negué a dejarlo ir. Aunque sabía que ya nos había abandonado hacía tiempo.

Perdí demasiado tiempo con lo que quedaba de mi familia, actos en el colegio de mis hijos, cenas en la casa de mis padres, salidas con mis hermanas, demasiados momentos que ya no volverán.

También me dejé de lado, dormía poco, la angustia era tanta que incluso me olvidaba de comer, lloraba en las noches, el psicólogo al que me obligaban a ir no era mas que un hombre que vi en dos ocasiones y en el que no confiaba, me aislé de todo y de todos. Bajé unos cuantos kilos y me debilité.

Tuve que tocar fondo para poder volver a la superficie. Existir no es vivir.

Estuve tres días internada cuando me dí cuenta de que yo tampoco vivía, y les estaba arrancando de las manos las suyas a aquellas personas que se preocupaban por mi. Y debo pedirles perdón por ello.

Debí entender que no lo mataba, que simplemente aceptaba que se fuera a un lugar mejor.

Debo pedir perdón a tanta gente que no me alcanzaría la vida que me resta para hacerlo.

Primero a él, por hacerlo sufrir tantos años, por mantener su corazón latiendo y no dejarlo partir de mi lado, por no entender que eso no era vivir.

A mis hijos, por arrastrarlos conmigo tanto tiempo, por no verlos crecer y estar ahí cuando más me necesitaron, cuando se enamoraron, cuando rompieron su corazón, en sus momentos más felices, pero tampoco en los mas duros. Por no poder prestarles mi hombro para llorar ni mis oídos cuando los necesitaron. Por no entender que ellos también sufrían, los traté de egoístas, sin sentimientos, todo por no demostrar su dolor como lo hacía yo. Por no entender lo que ellos sí, que su padre se había ido y debíamos de seguir adelante y no morir con él.

¿Cuánta gente fue olvidada en este limbo? ¿Qué se ganó?

A veces me paro frente al espejo, me observo y pienso: ¿Cómo fui capaz de hacer tanto daño? Me siento culpable.

Sobre las cicatrices estamos tratando de construir un nuevo futuro, aún es doloroso.

El perdón es una moneda de ida y vuelta, y por eso para recibir también debo dar.

Conceder el perdón es un largo camino en el que todavía transito. Cuando llegue el momento seré libre. 

Once Upon a Time...Where stories live. Discover now