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Corrió a la casa más cercana. Llamó a la puerta insistentemente, pero nadie atendió. Entró sin importarle quién pudiera estar dentro. Recorrió las estancias. Vacío. Era como si todo el mundo se hubiese esfumado. Volvió a salir. El silencio afuera era tétrico, ni siquiera los típicos sonidos del bosque estaban presentes. Un escalofrío recorrió su cuerpo.

En la torre de vigilancia, donde nunca faltaba alguien, estaba vacía. La confusión y desesperación se apoderaron de Piaerí. ¿Dónde estaban sus hermanos? ¿Qué había ocurrido con la gente del pueblo? Recorrió otras casas de arriba a abajo con la esperanza de encontrar a alguien, pero el resultado era el mismo, nada.

De repente el fuego de la torre se extinguió. El viento comenzó a soplar y el cielo a nublarse. Piaerí corrió a la casa más cercana para resguardarse del viento que en cuestión de segundos se tornó gélido.

Entonces escuchó voces que eran arrastradas por el viento, imprecaciones que iban dirigidas hacia ella. Su cuerpo no le respondió. Entre las voces le pareció escuchar la de sus hermanos que pedían ayuda, aunque no estaba segura, era tal su agitación que los latidos de su corazón resonaban en sus oídos.

El viento cesó.

Piaerí quería gritar, pero estaba aterrada. Parada en medio de aquella oscura habitación, se sentía acosada por la mirada de alguien o algo situado a sus espaldas. Comenzó a sudar copiosamente. Respiró profundamente, hizo acopio de valor y se giró. Estaba sola en la habitación.

Únicamente había una mesa y un par de sillas, nada más.

Entonces una mano se posó sobre su hombro izquierdo. Emitió un grito terrorífico y al instante otra mano le tapó la boca.

- Guarda silencio, nos escucharán - le dijo una voz masculina.

La esperanza de FilguíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora