Empeoró cuando volví de la pastelería y él no estaba preparando el almuerzo.
Lo llamé, no contestó.
Le envié mensajes, y no los contestó.
Entonces me dí cuenta de la cajetilla de cigarrillos sobre el refrigerador junto a su teléfono, que estaba en silencio.
No era la única que lo había llamado, también su jefe y su madre.
No se despidió solo de mí.