Amigos de carne quemada

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<<...que probó Dios a Abraham...» (Génesis 22:1).

Creo haber descubierto la razón por la cual tengo tan pocos amigos verdaderos. Quizás sea porque he idealizado demasiado el concepto de la amistad. C Hace algunos años atrás, mi esposa amaneció corriendo por toda la casa mientras intentaba poner orden en la sala principal, preparaba el almuerzo, barría el piso de la cocina y le preparaba un sándwich a nuestro único niño por aquel entonces. Siempre he admirado cómo las mujeres pueden hacer decenas de cosas a la vez. En mi caso, si me dispongo a colgar un cuadro, se supone que la tierra debe dejar de girar hasta que lo haya pegado en la pared. No me importa si hay un accidente a mi costado, si se incendia el edificio o si acaba de explotar el horno microondas. Definitivamente los hombres no podemos masticar chicle y caminar a la vez. Pero lo sorprendente de esa mañana era que Liliana, mi amada mujer, estaba demasiado atareada para mi gusto, y para el de ella también. —Hoy viene a almorzar mi amiga —dijo, tratando de darme una explicación —y lo peor es que no la esperaba, justo ahora me acaba de llamar y me dijo que vendría. Obviamente, no era un buen día para recibir visitas. Ningún mortal en su sano juicio recibe a almorzar a alguien un lunes al mediodía. — Porqué no la llamas y le dices que no venga? O quizás que venga otro día? —pregunté en un tono amigable. Liliana se detuvo un instante y ahora sí sentí que" los planetas dejaban de girar. — No puedo decirle eso, se ofendería —dijo, y continuó con sus múltiples tareas tratando de ingresar al libro Guinness por alistar una desordenada casa en cuestión de minutos, y luego de un ajetreado fin de semana. Sé cuando un hombre debe callarse. A lo largo de nuestro feliz matrimonio he podido discernir cuándo un esposo debe ausentarse de la escena, desaparecer del lugar del crimen sin dejar ningún rastro. Pero aun así decidí arriesgarme.

— Si no puedes llamarla y decirle que no venga, tal vez no se trate de una verdadera amiga —dije. — Sería descortés —replicó. —Tal vez. Pero aún así seguiría siendo tu amiga. —~Y qué me dices si se ofende o lo toma a mal? —Entonces te habrás librado de una persona que en realidad nunca fue tu amiga. Nos quedamos los dos en silencio. Confieso que mi filosofía acerca de la amistad suena un tanto egoísta, pero Dios sabe que es exactamente lo que siempre he pensado respecto al tema. Si tienes que fingir o dibujar una sonrisa cuando Penes ganas de llorar, no se trata de una verdadera amistad. Si no puedes decirle que no venga a casa porque sencillamente tienes ganas de dormir, mirar televisión en soledad, o darte un baño de inmersión sin intrusos ,alrededor, no es un verdadero amigo. Es por esa razón que me molesta la sola idea de llamar a un montón de gente casi desconocida y desearle un «feliz día del amigo» para que no se ofendan por haberlos olvidado ese día. Me parece que no tiene sentido. En estos últimos años, se me ha acercado muchísima gente intentando establecer una amistad conmigo. Y a decir verdad, la mayoría de las veces me he ilusionado con algo que comenzó como una buena camaradería, pero que terminó, inexorablemente, disipándose por completo. Pero antes que me veas como una víctima, deja que te haga un panorama muy rápido de mi personalidad para las relaciones interpersonales.

La mayor parte de cada año la paso encima de un avión. La otra parte estoy en un hotel impersonal y frío, en medio de un montón de montañas desconocidas, comiendo comida extraña y típica del lugar, esperando que me vengan a buscar para ir a predicar. Conste que no mencioné nada acerca de las interminables y densas horas de espera en los aeropuertos. Por consecuencia, nunca estoy para el cumpleaños de un amigo. Ni para su boda. Ni para cuando le entreguen su diploma luego de estudiar cuarenta y cinco años. Ni para cuando nace su primer hijo. O sus trillizos. Ni en el aniversario de su iglesia. Ni en la conmemoración de la muerte de su suegra. Ni para su funeral. Como si todo este listado de descortesía fuera poco, cuando llego a casa, luego de no ver a mi querida esposa y mis niñitos por tres o cuatro días, no quiero que me pasen llamadas telefónicas, a menos que se trate de una emergencia. Mis hijos no soportarían tener a un padre ausente los fines de semana, y que cuando llegue, se cuelgue a hablar en el auricular del teléfono o se siente durante horas frente a la computadora. Tardo una eternidad en contestar personalmente un correo electrónico. Mi cinta de mensajes en el contestador se llena, hasta volver a grabarse sobre sí misma y borrar todo lo anterior. Como casi siempre estoy atrasado con la entrega de algún libro por el cual ya firmé contrato,

Las arenas del alma (completo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora