Capítulo 3. Familia

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Después de haber sido relegado de su cargo tras el incidente en el Sector G, el capitán regresó al puesto de control y empezó a recoger sus escasas pertenencias de un modo automático, como cuando se desplazaban para las misiones: dos mudas del uniforme, la libreta de anotaciones del equipo, la libreta de turnos e identificaciones, el dossier de apuntes de las misiones, las tarjetas de codificación del brazalete reglamentario, las raciones de emergencia... Se detuvo un instante. Dejaría las libretas y los apuntes en el puesto de control. Ya no le harían falta. Echó una última ojeada a su habitación.

Al ser el capitán había tenido el privilegio de disponer de un módulo para él solo. Un catre, una mesa y un perchero. La silla la habían llevado al salón comunitario hacía años, como varias cosas que le gustaría llevarse con él a su nuevo destino. Aquel módulo había sido su dormitorio, su despacho y su única vía de escape. Había pasado muchas horas a solas allí adentro. Y otras muchas horas acompañado. Derrick salió de la habitación.

Algunos de los agentes, mientras se dirigían al salón comunitario, comentaban con incredulidad lo sucedido en el edificio. Estaban tan enfrascados en la conversación que no advirtieron la presencia de Derrick y una voz masculina, jovial y enérgica, acababa una frase al entrar en la estancia.

—... con la vocecilla esa asquerosa. Es que ha sido para partirle la cara. De verdad que sí. Qué rabia me ha dado, en serio.

—Lo que está claro —dijo una segunda voz, femenina y ligeramente afónica—, y creo que todos nos hemos dado cuenta, es que Derrick conoce al tío. ¿Habéis visto cómo lo miraba Der? Si tuviera ojos... yo qué sé, ojos láser, lo hubiera frito como una patata ahí mismo.

—Siempre con hambre, ¿eh, Daf? —intervino una tercera voz, masculina, más madura y gruesa que la primera. La agente le dio un puñetazo en el hombro al responsable de la broma. Rieron.

—Sí, sí, será mejor reír —comentó el primer chico—. Esto se va a poner feo a partir de ahora, compañeros...

De pronto, el ánimo de los tres amigos se volvió sombrío y se quedaron en silencio mientras cada uno iba a buscar algo para el aperitivo. Derrick aprovechó ese silencio para carraspear suavemente. Los tres agentes dieron un respingo al ver a su capitán con el macuto a medio hacer al otro lado de donde se encontraban.

—C... Capitán, no sabíamos... —empezó a decir el chico joven. Derrick levantó una mano con abatimiento.

—Culpa mía —contestó Derrick. Se acercó a los que hasta el momento habían estado a sus órdenes—. Dame algo a mí también, anda —le dijo al joven, que sostenía un par de paquetes envueltos en plástico negro—. Necesito procesar esta mierda.

Derrick y sus compañeros tomaron asiento y picaron carne seca de un bol. Era un aperitivo pobre, pero no había gran cosa en la despensa. El otro paquete era pescado, también seco. El silencio fue una constante durante los primeros minutos ya que nadie quería iniciar lo que sería una evidente ristra de preguntas incómodas. El capitán se dio cuenta de que esa iba a ser la tónica de su última cena con el equipo que había estado bajo su mando.

Rowie Ottlers, el joven, llevaba con él apenas un año. Sin embargo, hacía pocos meses habían sufrido un ataque en un sector vecino y sobrevivieron a un tenso y peligroso encuentro con los rebeldes. Ulbich Castellanos era el más veterano, varios años mayor que Derrick. Entró en el cuerpo de Pacificadores a la vez que Derrick tomaba el mando del mismo, pero llevaba varios años en otros cuerpos a sus espaldas. Y la chica, Dafnae Sullivan, era compañera de Derrick desde que se alistaron como reclutas. Sufrió un accidente en unas prácticas y acabó siendo la quinta de su promoción. Derrick y ella habían coincidido en otras compañías, pero llevaban más de cinco años de trabajo en equipo en el cuerpo actual.

Derrick los miró a todos como un padre mira a sus hijos. Una mirada que, pese a la juventud del joven excapitán, le pertenecía sin ninguna duda. Había cuidado de ellos y sufrido por ellos. Había compartido sus alegrías, sus derrotas, sus victorias. Había reído y llorado. Lo habían hecho juntos. Como una familia. Su familia.

Finalmente se decidió a hablar.

—Chicos... No me gusta esto —reconoció Derrick—. No sé porqué pasa esto ahora ni qué pasará a partir de este momento. Se me escapa. Así que, por favor, cuidad los unos de los otros y contactad conmigo si veis algo raro. Lo que sea. ¿Está claro?

—Sí, capitán —contestaron al unísono los tres agentes.

FisuraWhere stories live. Discover now