Capítulo33 - Diluvio

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Me abroché el cinturón de seguridad y sólo esperé que Damián se alejara lo que más pudiese de ese lugar. La carretera no tardó en aparecer frente a nosotros y Damián sólo seguía apretando fondo para que nadie pudiese vernos.

Luego de unos minutos de viaje sin siquiera decir una palabra, se detuvo a mitad de la carretera y aparcó al costado, se quedó mirándome por unos segundos.

—Debí haber estado contigo ese día —musitó.

—Estamos donde debemos estar y punto —lo miré fijamente.

—Qué susto me diste, Bianca —soltó, luego botó todo el aire de sus pulmones.

No dije nada. Sólo me acerqué a él y lo abracé con fuerza, él también a mí y luego besó mis labios por unos largos segundos.

— ¿Cuál es el plan ahora? —me preguntó cuándo estábamos a centímetros de distancia.

—No lo sé —bajé la voz.

—Está bien, por ahora te traje mi ropa. Ve atrás y cámbiate —sonrió.

—Si.

Me pasé al asiento trasero, me quité la bata quedando sólo con mi brasier y bragas. Deslicé el pantalón negro de chándal de Damián por mis piernas y luego una camiseta roja y una sudadera con capucha azul oscuro.

— ¿Se te ocurrió traerme zapatos? —pregunté.

—Claro que sí, están debajo del asiento —indicó —. Se te quedaron en mi departamento.

Afortunadamente eran unas zapatillas y no sandalias.

—Me veo como Jay-Z

—Es la idea —rió.

—Damián —lo llamé y él se quedó mirándome fijamente a los ojos —Deben estar buscándome como si fuese a acabarse el mundo.

—No pensemos en eso ¿está bien? Vamos a ir a mi departamento y como sea vamos a solucionar esto.

—Si no hubiese hablado, nada de esto estaría pasando —mis ojos se cristalizaron.

—No te culpes por esta mierda. Es él el hijo de puta enfermo y sea como sea va a pagar por todo —me dijo con molestia.

Nuevamente me senté en el asiento copiloto, me puse la capucha y abroché mi cinturón de seguridad y en el camino de vuelta a casa se me ocurrió una idea.

—Detente —dije en medio de la nada, Damián frunció el ceño, pero aun así aparcó el auto al costado de la carretera vacía.

— ¿Qué ocurre? —se quedó mirándome.

—Voy a romper la bata —expresé y él frunció el ceño. —Y le pondremos sangre.

— ¿Qué?

—Lo que has oído.

— ¿De dónde vas a sacar sangre?

—De mi cuerpo, no puede ser sangre de otra persona, necesito que sea mía y que al menos quieran darme por muerta o perdida, qué sé yo.

—Bianca, estás loca —arrugó su entrecejo.

—Lo sé.

—Es en serio ¿de dónde piensas sacarte sangre? —preguntó con su semblante totalmente serio.

—De algo que sirvan las costras —rodé los ojos.

Justamente tenía costras en mis brazos y en mis piernas, sabía que me sangraban más los brazos así que en menos de un minuto me quité una costra que me dolió hasta el demonio. Estaba apegadísima a mi piel. Comenzó a salirme muchísima sangre y me apreté con fuerza para que saliera aún más. Manché la bata y luego la rompí. Me bajé del auto y la dejé en medio de la nada. Esperaba que alguien la encontrara y piense que ya me fui al infierno o al paraíso, a lo que sea que quisieran creer.

Cuando llegue la nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora