André.
El cambio repentino en su vida fue como una brisa fresca en la mañana de domingo, acariciando su rostro con una sensación reconfortante de familiaridad. En ese instante, el calor del hogar parecía más cercano que nunca. Si se hubiera encontrado solo en su habitación en aquel momento, seguramente habría sentido la incontenible tentación de marcar el número de Laura y Benjamín para compartirles la emocionante noticia: ahora era el gerente, un logro que tanto anhelaba revelarles desde hace tiempo.
No obstante, la duda se asomaba en su mente. ¿Le darían realmente importancia? Según sus estándares, tal vez considerarían su avance como algo trivial, una mera victoria efímera en el largo camino de la vida.
Sin dejar tiempo para cavilaciones, poco antes de las nueve de la mañana, giró la llave de encendido de su automóvil y se dirigió sin titubeos hacia un modesto restaurante al que solía acudir en los días en los que la soledad se volvía una compañía incómoda. Cada rincón del establecimiento le era familiar, desde el suave tintineo de los cubiertos hasta el aroma reconfortante que flotaba en el aire. Con una certeza casi premonitoria, sabía que Karla, la amable camarera, recibiría su pedido con una sonrisa cálida, sin necesidad de pronunciar palabra. Sin embargo, al llegar a su mesa de siempre, sorprendió a Karla con una petición inesperada, anunciando que pediría dos porciones de su platillo dominical favorito, esta vez para llevar.
Karla, una mujer llena de amabilidad, con una sonrisa perenne y mejillas regordetas, no pudo ocultar su sorpresa al verlo salir del restaurante y volver a su automóvil con el desayuno en sus manos. Sus grandes ojos oscuros centellearon con un toque de curiosidad al observarlo, como si irradiaran una chispa de sorpresa. No obstante, estaba lejos de sospechar la verdadera razón detrás de su salida abrupta. Planeaba explicarle el próximo domingo que necesitaba ausentarse momentáneamente para cumplir una apuesta con una mujer que lo había advertido sobre los peligros de manipular herramientas sin ser consciente de su peligrosidad. Karla, siempre comprensiva, asentiría con una sonrisa y regresaría a la cocina, balanceando sus caderas de un lado a otro, dejando entrever que había descubierto un intrigante secreto de uno de sus mejores clientes.
La incertidumbre se cernía sobre la situación.
La gran pregunta era si Martina estaría dispuesta a abrir la puerta un domingo a las diez de la mañana. En ese instante, el misterio flotaba en el aire, con dos posibles desenlaces. Parecía más probable que Martina no deseara dar la bienvenida a su jefe, quien llevaba la mano vendada y una sonrisa enigmática en los labios, como si estuviera sumido en un sueño desde que abandonó el restaurante. Si optaba por rechazarlo, quizás en silencio le prometiera a Karla que volverían a la rutina de los domingos como siempre.
Por otro lado, si Martina decidía aceptarlo, lamentaría profundamente que Karla se quedara sin su compañía y sin las generosas propinas que solía dejar. La decisión pendía en el viento, dejando a todos los involucrados en una encrucijada, con un futuro incierto que aguardaba a la vuelta de la esquina.
Llamó a la puerta con un golpe suave pero decidido, mientras hacía lo posible por no perder el ritmo de la canción de Laura Branigan que escuchaba en los audífonos, cuyos acordes vibraban con una mezcla de nostalgia y emoción. El entorno se inundaba de una atmósfera peculiar, donde la melodía se entrelazaba con la incertidumbre de lo que aguardaba tras la puerta, creando un ambiente tenso y cargado de expectación.
In the night, no control.
Y de nuevo, con los nudillos aporreando la fría lámina, golpeó tres veces.
Through the wall something's breaking. Wearing white as you're walkin'
Mientras esperaba, captó un ligero murmullo al otro lado de la puerta, lo que lo puso en alerta, preparándose para el encuentro con Martina. El sonido distante aumentó su ansiedad, y su corazón latía con fuerza, como si el compás de la música de Branigan se hubiera acelerado para reflejar su propia agitación.
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Mi querida señora
ChickLitMartina siempre ha seguido las reglas. A sus 50, su vida es tan ordenada como las carpetas color codificadas de su oficina. Pero cuando su nuevo jefe André, un espíritu libre 25 años menor, irrumpe con su vibrante optimismo, el mundo perfectamente p...