2.- Galicia, ¿En Serio?

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¡Joder!, el cuello.

Lo odiaba, odiaba quedarme dormido en el sofá. No eran pocas las mañanas que me despertaba en el salón, dolorido y con Netflix aún sonando de fondo en la televisión. Siempre que ocurría me levantaba como si el día anterior hubiera estado en una clase de "CrossFit" nivel extremo. Haberme gastado menos de 200 euros en un sofá de Ikea tampoco colaboraba mucho con la situación y mi estatura de 183 centímetros hacía que a pesar de ser de tres plazas, tuviera que hacer contorsionismo para entrar en él. ¡Pero vamos a ver! La altura media de un varón Europeo, así de fino lo dice Google, es de 1,80 metros ¿Por qué los suecos quieren que todos los hombres de Europa acabemos machacados en el sofá? ¿Tendrán algún acuerdo oculto con los fisioterapeutas?

El día empezaba estupendamente y eso que sólo había abierto un ojo. La luz del sol entraba por la ventana y a pesar de estar solo con los calzoncillos puestos no aguantaba más el calor. Madrid en Agosto es un verdadero infierno. En verano, siempre que podáis, huid de la capital o al menos conseguiros una amiga que tenga un piso con piscina. Yo, ni podía permitirme el piso con piscina, ni podía cogerme Agosto de vacaciones. Lo primero porque mi sueldo daba justito para vivir de manera independiente en el centro de Madrid y lo segundo, porque todas mis vacaciones las utilicé en Junio para visitar a mi hermana María. Mi hermana, vivía en el extranjero desde hacía seis años, cuando todo se fue a la mierda. Ella huyo a México y yo huí a Madrid. Necesitaba verla. Después de dos años en el que el contacto sólo era a través de Skype o llamadas, necesitaba olerla, tocarla y que me diera uno de sus famosos achuchones. Además nunca había estado al otro lado del charco y cualquier excusa es buena para viajar.

Aquel viaje fue impresionante, tuve que ahorrar durante un año y medio para poder costeármelo. Sí, lo sé, los ingenieros solemos tener un sueldo algo por encima de la media pero cuando decides que te importa más el dónde, cómo, y para qué trabajas en lugar del dinero, te pasa como a mí. Si algún día tenía más de 50 euros en la cuenta al llegar a fin de mes, era motivo de celebración por lo que esos 50 euros también desaparecían. Cada vez que veía en la TV el anuncio donde salía Matías Prat con su rollo de ahorrador/no ahorrador me ponía enfermo. Pero admitámoslo una de mis cualidades no es ser previsor. Carpe Diem ¿no? Bueno, seguramente os estaréis preguntando en qué trabajo.

Hice la carrera en Madrid, cualquier excusa era buena para salir de casa, y como tenía que costearme la carrera yo solito en mi tiempo libre trabajaba como captador para una ONG de ayuda al refugiado. Cuando me gradué y terminé el Máster, decidí que no podía usar todos esos conocimientos para cualquier cosa, y hablando con la asociación, me di cuenta que podría ayudarles a crear y diseñar sus proyectos. Gracias a las donaciones construían escuelas y casas sostenibles en países en desarrollo y alguien se tenía que encargar de diseñar todos esos edificios. Si contrataban a una empresa externa casi todo el dinero destinado al proyecto se iba en los honorarios para la empresa. Hablé con Isabel, la directora, y llegué a un acuerdo con ella. Trabajar en esa ONG no era un simple modo de conseguir dinero para pagarme la carrera, se había convertido en algo más. Eran personas, personas que solo trataban de sobrevivir a una situación insostenible en su país. No podía estar más orgulloso de la labor que desempeñábamos y así comencé a trabajar ahí de nuevo ya no como captador, sino como ingeniero. Tengo una jornada de 8 horas, que a veces se convierten en 12, y mi sueldo mileurista. Así que como yo digo; vivo pobre, pero feliz. Me gusta en lo que trabajo, puedo permitirme vivir solo aunque sea en estos 25m2, y las cañas por la tarde y los 4 ron colas de los sábados me los puedo permitir.

Miré el móvil y vi un Whatssap.

Luis Cepeda Fernández!!!! Llámame en cuanto leas este mensaje. Espero que te haya aplastado un camión y esa sea tu excusa xq sino la que te va a aplastar soy yo :P

Miré el reloj y vi que eran las 8:40 ¡Mierda! Hacía 10 minutos que tenía que haber entrado a trabajar. Me levanté como un rayo del sofá, me di una ducha rápida, y me vestí con mi uniforme particular; una camiseta básica, mis pitillos vaqueros y mis Adidas verdes. Cuando llegaba el invierno, cambiaba los pitillos vaqueros por unos negros, y encima de la camiseta básica solía ir una camisa de cuadros. La moda no iba conmigo, la verdad, y salir de compras me aburría de sobremanera. Salí a la calle y fui hacía las oficinas centrales de CEAR (Centro Español de Ayuda al Refugiado). Estaba subiendo en el ascensor, cuando miré la hora. Las nueve, no me lo podía creer, otro lunes que llegaba 30 minutos tarde. En cuanto se abrieron las puertas del ascensor, una María muy cabreada apareció ante mí.

- Cepeda el dicho de "nunca es tarde si la dicha es buena" no es aplicable al trabajo, cabrón. – María siempre era tan fina y tan bien hablada.

- María, corazón, son sólo 30 minutitos. Ahora me pongo al día en un momento mientras tú le das a la lengua. No te preocupes.

Y así era mi relación con mi compañera de trabajo. Nos picábamos todo el tiempo y eso era algo que me encantaba de nosotros. Tenía esa confianza en la que podía romper con esa formalidad con la que hablaba con el resto de la gente. Empezó a trabajar en CEAR hará cosa de dos años, y desde el primer momento supe que nos íbamos a llevar bien. No suelo entablar mucha amistad con la gente que no es de mi círculo de confianza. No sé, ya tengo a mi gente, a la de verdad, para qué quiero más. No quiero decir que sea un borde, simplemente soy correcto con el resto, y me abro con unos pocos y María había conseguido romper un poco ese círculo y colar su melena rubia en él. Es una de las trabajadoras sociales del centro, yo diría que la mejor, tiene ángel y me hace abrir la mente y los ojos ante muchas de las situaciones complejas con las que nos solemos encontrar día a día. Me encanta salir del trabajo y tomarme una caña, o bueno las que surjan, con ella. Solemos hablar de cómo nos ha ido el día y me apasiona ver como saca el positivismo hasta en los casos más difíciles.

Miré el maldito teléfono que comenzó a vibrar en la mesa de mi despacho y maldije a quién estuviera al otro lado del aparato. No eran ni las nueve y media y yo todavía no me había tomado mi café resucitador. Cuando me fijé en la pantalla mi mente empezó a hacer cuentas. Era bueno con los número. Debían de ser las dos y media de la mañana en México, qué podría estar pasando.

- María, ¿Está todo bien? ¿Pasa algo? – pregunté con preocupación

- Luis, tienes que volver - respondió con un hilo de voz.

- ¿A México? ¿Pero estás bien? ¿Qué ocurre?- empezaba a notar la angustia en mi pecho. Era mi hermana y por su tono de voz sabía que algo grave estaba pasando.

- No, Luis. A Galicia.

El móvil se me escurrió entre las manos. Llevaba siete años sin pisar Galicia, demasiados malos recuerdos que no quería volver a tener. Pero parecía que el destino era caprichoso y que había llegado el día de enfrentar mis miedos.

Conmigo SuficienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora