one-shot》1

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        —My reward?

    —Ni de coña te vas a comer eso entero

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    —Ni de coña te vas a comer eso entero.
    —Me subestimas, Blossom.
    —Tan sólo soy realista, de la Cruz.

Solte una risa mientras miraba la carta una vez más.

    —Es tamaño XL —le recordé.
    —Fácil —dijo mostrando su increíble sonrisa—. Me la pediré.
    —Muy seguro te veo.
    —Poco segura te veo a ti —me giñó un ojo—. Mira, ¿qué me das si me la como entera?
    —La enhorabuena.
    —No, hombre —levantó las manos,  a lo que yo no pude evitar reirme—. ¿Un beso?
    —¿Dónde?
    —Donde quieras, nena —noté su voz de malpensado.
    —¡Montgomery!
    —Vale, perdona —se rindió—. Tú decides dónde.
    —Está bien —sonreí con superioridad—. Acepto.

Minutos más tarde llegó mi hamburguesa y la de Monty. La mía era como un tercio de la suya. Para compensarlo, mi hamburguesa iba acompañada de un huevo frito.

Montgomery miraba su imponente hamburguesa con un poco de miedo. Suspiró y agarró el cuchillo y tenedor.

Yo me tapé la cara para así poder reir disimuladamente. Pero fue en vano, pues de todos modos Monty me pilló.

    —Te arrepentirás de haberte reído de mí —dijo señalándome con el dedo y sonriendo.
    —No pude evitarlo. Tu cara era demasiado graciosa —me excusé.

Entre conversaciones, algunas normales y otras alocadas, risas y miradas cómplices me acabé mi plato. Suspiré, pues jamás acostumbraba a comer tanto para cenar.

Miré curiosa a Monty, quien se había comido ya mas de la mitad de la hamburguesa. Le costaba, y lo sabía. Por un momento hasta sentí pena.

    —Déjame probar tu hamburguesa.

Él levantó la vista de su plato y noté como sus ojos brillaban. Asintió muchas veces con la cabeza y me pasó su hambruguesa.

Pegué un tímido mordisco. Una oleada de carne, mostaza, ketchup, queso y ensalada invadió mi boca. Estana buenísima, pero muy fuerte.

    —Anda, pégale otro mordisco —dijo juntando sus manos y poniendo pucheros.

Fruncí el ceño y miré la hamburguesa entre mis manos. Esta vez el mordico fue más grande que el anterior.

    —¡Así me gusta! —dijo entusiasmado—. ¡Que tienes que crecer!

Con rapidez y un poco de fuerza, le pegué una patada por debajo de la pierna.

    —Ouch.
    —Idiota, deja de meterte con mi altura.
    —Tampoco es para tanto —dijo inclinandose hacia mí—. Además, me gustan las bajitas.

Puso morritos con la intención de que yo le besara, pero en vez de eso, le coloqué la hamburguesa en la boca. Él abrió los ojos sorprendido y agarró su hamburguesa. Reí a carcajadas mientras el se quejaba. Tenía toda la cara llena de ketchup y mostaza.

    —Pobrecito —dije—. Ven, que te limpio.

Sonriente y con los ojos cerrados, inclinó su cara y yo le limpié con una servilleta la boca.

El momento se me hacía demasiado gracioso y adorable. Deseaba con todas mis ganas agarrarlo por los mofletes y besarlo.

Acabé y él siguió con su cena. Creo que lo de que yo comiera un poco de su hamburguesa lo motivó para seguir comiendo.

Expectante, miraba como por fin se acababa el último trozo. Una vez se lo tragó, levantó los frazos y celebró su victoria.

    —¡Lo hiciste! —exclamé sonriente, a lo que él se levantó y empezó a hacer un baile de la victoria.
    —Me debes unas disculpas —inclinó su mano e hizo que yo tambien me levantara.

Una vez en pie, rodeé su cuello con mi manos y él me rodeó por la cintura. Me  puse de puntillas y le susurré:

    —Siento no haber creído que podrías comerte la hamburguesa entera. Sabes que te quiero.
    —Nada, princesa —me miró a los ojos—. Yo también te quiero.

Junté mi nariz con la suya, y justo cuando nuestros labios apenas se estaban rozando, una estridente voz nos interrumpió.

    —De todos los que habéis venido a comer esta noche, ¡sólo uno ha conseguido comerse la hamburguesa tamaño XL!

Habían apagado las luces y encendido unas de discoteca, y dos camareros se acercaban con un micrófono a nuestra mesa.

    —¿Cómo te llamas, chico? —dijo el primer camarero acercándole el microfono a Monty.
    —Montgomery.
    —Bien, Montgomery. Como premio te regalamos... —sonó un redoble de tambores por los altavoces—. ¡Este maravilloso peluche!

El segundo camarero, al borde de la risa, le tendió a Monty un peluche enorme que parecía tratarse de un hipopótamo morado.

    —¡Un aplauso para Montgomery!

Todos los comensales, incluida yo, aplaudimos y vitoreamos a Monty, mientras este miraba a todos lados avergonzado.

De golpe, volvieron a encender las luces y todo volvió a la normalidad. Cada comensal volvió a su plato.

    —Qué vergüenza.
    —Felicidades, Monty —dije riendo—. Supongo que el hipótamo ya es regalo suficiente, no necesitas más.
    —No, no, no —me agarró de la mano y tiró de mí hacia él—. Me lo prometiste.

Mordí mi labio inferior y le miré pícaramente. Tiré de su chaqueta de deportista y mis labios alcanzaron los suyos. Noté sus manos agarrarme de la cintura y me sentí en la gloria.

Montgomery de la Cruz  [o.s.]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora