Capítulo III. -El cadáver despechado de locura.

34 13 12
                                    

Soy un poema de conciertos oscuros, macabros y sin coherencia. La gramática me ha abandonado.

Desde aquel día, ella: Mi pequeña ángel y yo, eternizamos nuestra unión, en una preciosa amistad, éramos dos pequeños profetas escribiendo sobre el aire infierno de los paraísos y serpientes.

Yo le confesé mis planes, todo lo que había hecho... Y ella quería simplemente acompañarme... Yo era su luz.

Ella no me juzgaba, ni criticaba, le parecía que todo lo que yo hacía era bien. Le presente a mis conejitos.

Ella nunca me dijo su nombre, su edad. Yo desconocía todo sobre ella, pero no me importaba todo era como un cuento de desquiciados bailando sobre un lienzo de lluvia caducada.

Mi pequeña, me ayudaba en mis experimentos con mis conejitos. Todo esto era una novela romántica, torturábamos a nuestros niños, cometíamos ensayos y errores, pintábamos en nuestras pizarras, cuadernos y cuerpos los resultados de nuestros aciertos. Todo esto era más allá del amor y los cabales del entendimiento.

Todo era divino, asombroso y mágico... Todo era hermoso, pero sentía una minúscula duda dentro de mí... ¿Cómo es posible que me pueda ayudar? ¿Cómo esto puede ser real? ¿Sera qué esto es una trampa y terminara traicionándome? ¿Crees que soy fácil de engañar?

La invite a dar una vuelta... La lleve al santo inmaculado templo de mi misión. La celda que mantenía al villano más tenebroso de la historia llamado: Jesucristo.

Ella, se abrumó ante el arte surrealista de aquella prisión. Sus ojos reflejaban confusión.

A continuación, mi dulce ángel dio unos cortos pasos y se puso en frente de mi jurado enemigo.

— ¡Que arte tan increíble! Es primera vez que veo una estatua de Jesucristo encadenada —dijo ella con emoción.

¿Cómo esto puede suceder? Esperaba otra reacción... ¿Acaso está actuando? Ella es tan idéntica a mí...

—No es una estatua, es mi enemigo... Hace cinco años escuché como Jesucristo planeaba destruir este mundo, y desde ese entonces... Lo encadené y lo he mantenido preso dentro de esta prisión...

Ella se acercó a mí y desenvaino una dulce sonrisa.

—Gracias por salvarnos...

Ella, era transcendentalmente de otras vidas. Ella era arte y destrucción.

—No tienes nada que agradecer... —dije, apartándome de ella, mientras mis manos se desesperaban con mi cabello.

A continuación me acerqué a Jesucristo y la mire con desprecio. —Dime la verdad... ¿Jesucristo te ha enviado? ¿Eres parte de su plan? Yo no puedo creer que estés de mi lado, sin rehusarte... Todos se niegan en ayudarme. Todos siempre me...

Ella me interrumpió con su voz...

—Ese día cuando apareciste frente a mí, yo estaba a punto de suicidarme... No tenía motivos para seguir... Ese día estaba tocando mi canción final antes de despedirme... Y tú llegaste como una luz... Tú viniste a decirme que yo: Servía para algo...

Me negué en creer lo que ella estaba comentando, simplemente me parecía absurdo...

— ¿Por qué te querías suicidar?

—Tal vez algún día te diga...

Me volteé y la miré directo a sus decaídos ojos. — ¿Cómo quieres que te crea? ¡NUNCA ME CUENTAS NADA!

Ella sin temor, me desafío con su mirada. —Yo no le tengo fe a él —dijo ella, señalando la estatua de Jesucristo.

Mi sangre se serenó por unos segundos al escuchar sus palabras. —Yo creo en las cosas que veo... No en las palabras de un señor que no se digna a venir a la tierra... —me aseguró ella.

Me alarmé ante sus últimas verdades. — ¡Vendrá! Jesucristo vendrá. Él volverá... Debemos de estar preparados y pelear contra él —grité.

Mis venas se descontrolaron, no podía aceptar lo que escuchaba y lo que veía en ella.

—No puedo confiar en ti... No sé nada ti... ¡NI SIQUIERA SÉ TU NOMBRE! —grité en mis vastas soledades.

Hasta que mi corazón se paralizo, al escuchar el titulo más hermoso de los infiernos enredados de cielo.

—Me llamo Blanca —dijo ella, revelando el nombre que era el color de la poesía que escribía dentro de mí cada vez que la veo.

¿Blanca? Ahora todo tiene sentido... Eres como una poeta del color... Eres como Eva pecando en los prohibidos jardines del dolor y placer.

— ¿Qué más quieres saber? —preguntó ella.

Yo simplemente corrí hacia ella, y respondí su pregunta con un abrazo...

Sentí como mi mundo se reconstruía con aquel inocente acto, mi mente se puso en blanco, aquella sublime paz se apoderó de mis pensamientos...

— ¿Por qué nunca preguntas mi nombre? —pregunté.

—Por dos razones: Una, porque te hace sentir mal... Dos, porque dentro de mis pensamientos te he puesto un apodo...

Ella ya me conoce, más de lo que pensé... Es cierto todo lo que dice... Mi nombre es algo que no me gusta recordar, simplemente es algo que murió dentro de mis entrañas. Ahora yo soy El Anticristo, pero ella me ha puesto un apodo... ¿Por qué me siento tranquilo cada vez que la abrazo? Esto lentamente se está convirtiendo en algo que no podré controlar...

— ¿Qué apodo? —pregunté.

—Angelito... Tú para mí eres un lindo angelito... —dijo ella.

Me conmocione al escuchar aquel dulce apodo, me estremecí. Estaba a punto de llorar, pero me rehusé a desprender mis lágrimas...

— ¿Te puedo decir así? —pregunto ella.

—Si... Por favor... —respondí.

Blanca... Te has convertido en un precioso tesoro dentro de mí... Yo estoy agradecido por conocerte... Me alegro de que existas...

¿Sería demasiado inmaduro nombrar a este sentimiento? Pero aún así, quiero protegerte... Salvarte de esta inmunda y suicida humanidad. Yo quiero que seas libre de toda esa oscuridad que aún no me has contado. Yo quiero que vivas en el mundo que crearé... A pesar de que no tengo los derechos para obligarte hacerlo... Es mi deber ponerte a salvo...

Esto que estoy sintiendo dentro de mi...

Este sentimiento que me mata lentamente...

Este sentimiento que me ha devuelto la vida...

¿Sería demasiado inmaduro nombrar a este sentimiento amor?

Blanca, en este momento soy la única persona que te puede proteger... Ahora, sólo cerraré mis ojos... Y me hundiré en tu nostalgia...

A continuación, lentamente saqué mi jeringa... Jugué con su espalda y cabello, sin que se diera cuenta. Acto siguiente, le inyecte mi arma sutilmente en su cuello.

Ella se desplomaba en el suelo, su vista admiraba la escena de mi arte.

—Desde hoy serás mi conejito favorito... —me despedí, mientras ella sellaba sus ojos en la el juicio inverno de mis cruzadas.

DisfrazadosWhere stories live. Discover now