Capítulo VI.-La iglesia de los desfallecidos.

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Soy el desorden de la discordia, de su incoherencia y profundidad... Mis gérmenes, enfermedades, destrucciones y explosiones; todo acabara en heridas, lágrimas y fantasmas...

Entre por última vez al templo de Jesucristo, saqué mi arma dorada que mantenía escondida en mi traje y me hice una señal con forma de cruz en mi frente, al finalizar le di un suave beso a mi instrumento y lo dejé caer al suelo. Acto siguiente, cerré mis ojos, alcé mis brazos con las manos abiertas y empecé a rezar:

«Padre nuestro que estas en los cielos

Santificado sea tu nombre, ven a nosotros tu reino...

Hágase tu voluntad como en la tierra y en los cielos...

Danos hoy nuestro pan de cada día, perdónanos nuestras ofensas,

Como también nosotros perdonamos a quienes nos ofenden y no nos dejes caer en tentación...

Y líbranos del mal... Amen...»

Al finalizar, abrí mis ojos. — ¿Sabes? Cuando era un niño, y escuchaba esa oración... Yo me preguntaba: ¿Dios está verdaderamente en los cielos? Siempre se ha santificado tu nombre... Y aun así... Jamás has venido a nosotros... ¿Es esta la voluntad que deseas? ¿De qué mal hablas? ¿Acaso tú no eres parte del mal? —pregunté, mientras abrí mis ojos y le dedicaba una mirada de ego a la figura de Jesucristo...

— ¿Sabes? A veces escucho una pequeña voz, que a medida que pasa el tiempo se hace más fuerte cada vez... Esa voz me dice, que tú no existes...Que sólo eres un invento de la historia. Que sólo eres un personaje ficticio de alguien que no tenía nada que hacer... Pero yo me niego... Yo me rehusó a creer que no existes, porque yo claramente te escuche esa noche...

Baje mis manos y respiré hacia las profundidades de mis pesares.

¿Y si esa noche no fuiste tú quién hablo?

Exploré dentro de mí y me leí a mí mismo en una diminuta línea de desamparados...

¿De verdad te escuche? ¿O fue parte de mi imaginación?

Yo quiero que existas... Yo quiero que seas realidad... ¡¡Tú existe!! ¡Tú tienes que existir!

Dios, Jesucristo o como te llames... Te diré algo que nunca te han dicho...

Me das lastima... Un Dios con tanto poder como tú no puede detener las ambiciones de un humano... Con tan gran poder, no puedes hacer nada en contra del ego de los humanos... ¿Sabes qué clase de Dios eres?

—Uno patético... —dije en voz alta, mientras di la vuelta, hasta que en un instante, me congelé por completo al escuchar aquellas santificadas palabras.

«El patético eres tu...»

Me abrumé, di la vuelta y busqué donde provenía aquella voz... En el momento que reconocí al autor de aquella respuesta... Yo colapsé... La estatua de Jesucristo me hablaba y desafiaba con su presencia...

Me dedique a escucharlo. «Perderás la guerra que tanto amas y sueñas...»

— ¿Eres Jesucristo? Por fin... Te has dignado a hablar...—dije mientras caminaba lentamente en dirección a él...

«No soy Jesucristo. Yo soy Dios».

Por alguna extraña razón yo me arrodillé, no tenía control ni autoridad de mi cuerpo, y mi alma se conmocionó, ¿qué es este miedo tan gigante y monstruoso que siento? Todos mis músculos se abrumaron, espantaron y temblaron ante las palabras que escuchaba de aquella estatua...

DisfrazadosWhere stories live. Discover now