Pasado oscuro

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Aún recuerdo el día, cuando los alaridos y sangre de mi gente se propagaron por todo Donner.

La desgracia apareció en nuestro pueblo una tarde de solsticio, cuando la noche tomaba parte del día, y la oscuridad se tornaba más tenue.

Mis padres que se encontraban fuera ingresaron presurosos a nuestra vivienda.
Madre tomo en brazos a Elizabeth, mi hermana; y padre a mí.
Ambos nos llevaron hacia la habitación donde comíamos.
Padre me bajo de sus brazos, y se apresuró a colocarse de cuclillas junto a la mesa, al instante con la palma de su mano dio sutiles golpes a los tablones hasta que avisto su ligero movimiento, alzo las maderas, dejando ver un compartimiento.
Madre tendió a Elizabeth hacia mi padre; él con cuidado pero turbado por la situación trato de deslizarla lo más rápido como le fuese posible. Mi hermana miraba los rostros de mis padres pero no se atrevía a pronunciar palabra alguna ante aquellos semblantes tan estremecedores.

Padre tomo mi mano y me acerco a él. Mis ojos no pudieron rehuir a la mirada afligida de aquel hombre que siempre nos había protegido, como soldado y como padre.

Me deslizo, dejándome junto a mi hermana, tomo mi rostro de forma delicada pese a sus manos tan accidentadas. Mi madre nos miraba con aquellos ojos pardos, ahora bañados en lágrimas, aferrándose a la cadena que una vez le obsequio padre.

-Yleim, debes ser fuerte- pronunció mi padre, sonando tan seguro como fuera posible- tu hermana te necesita, debes cuidar de ella, ahora es tu responsabilidad- beso mi frente, provocando que su espesa barba cayese sobre mi rostro, en otra situación hubiese provocado mi risa, pero esta vez era diferente.

Se separó de nosotras mientras acomodaba los tablones. Antes de que padre terminase de taparnos con las maderas, logre distinguir las palabras de mi madre antes de que corriese hacia la puerta.

-Hijas mías, cuídense y ámense tanto como nosotros las amamos- mis lágrimas picaron por salir. Abracé a Elizabeth, colocándola contra mi pecho, negándole la vista al suceso más espeluznante que pude haber observado a mis ocho años.

Se escuchó un sonido estrepitoso y luego la puerta se desplomo, dejándome ver a los culpables a través de las rendijas que se formaban al juntar las maderas, una criaturas delgadas, de piel grisácea, ojos tan oscuros que la noche era clara a su comparación, orejas puntiagudas, y en la parte más alta de ellas se encontraban resecas, caídas, dando la impresión de desprenderse con cualquier movimiento, sus dientes buidos no dejaban que el acercarte desarmado fuese una buena idea. Pero lo que aprehendía a cualquiera de enfrentarlos, era aquella aura pesada, sombría que desprendía de sus cuerpos.

Padre se arrojó hacia unas espadas gemelas que manteníamos como recuerdo de sus días de gloria, tomo una ellas y la otra dándosela a madre. Ambos se situaron bloqueando el camino hacia nosotros.

-¡Lárguense vilez criaturas!- amenazó mi padre. Note la tensión emanando de cada una de las palabras que pronunciaba, dejándola caer en la fuerza con la que sujetaba la empuñadura de la espada.

Una de las criaturas que se encontraba delante de las otras, gruño, provocando que los demás avanzasen, llevando consigo sus armas.

Doncan y Jeriko, mis padres, avanzaron a su vez. Acortando el espacio entre ellos y las criaturas.

Las espadas comenzaron a chocar unas contra otras. Padre avanzaba, disminuyendo el espacio de su adversario, dando cada golpe con más fuerza y determinación, en un intento de llegar hacia el que hasta ahora no se había movido, solo miraba, deleitándose con el espectáculo, analizando cada movimiento con su miraba ponzoñosa.

Madre ganaba ventaja pero al instante la criatura le obligaba a retroceder golpeando una y otra vez con el claymore que tenía como arma. Cada vez la arrinconaba más.

MaohianDonde viven las historias. Descúbrelo ahora