Existen historias escritas desde todos los rincones del vasto mundo, en todas las épocas pasadas, presentes y futuras. Historias para infantes, para adultos y para ancianos.
Todos y cada uno de estos cuentos no son más que sombras y reflejos. Versio...
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Aquella fría mañana de octubre, un silencio abrumador se había apoderado de las calles londinenses. Tanto nativos como extranjeros brillaban por su ausencia. ¿Acaso podía producirse un evento más peculiar que aquel en una ciudad tan concurrida? La cosmopolita capital inglesa jamás dormía. Cualquier persona común se hubiese angustiado ante semejante anomalía, pero ese no era el caso de Alice Liddell. La joven avanzaba a paso rápido hacia la estación del tren subterráneo más cercana, sin pensar en lo insólito de las circunstancias.
A la muchacha no parecía preocuparle el hecho de ser la única transeúnte en la avenida. Su mente solo podía ocuparse del maldito sonido que helaba su sangre y que le erizaba los vellos. En cuanto el siseo ininteligible comenzaba, la chica sentía fuertes deseos de gritar hasta lastimarse la garganta. Mientras caminaba hacia su destino, Alice suplicaba con el pensamiento para que ese insistente murmullo desconocido la dejara en paz de una vez.
Sin importar cuán rápido girase la cabeza, la jovencita nunca había logrado ver de dónde provenían los susurros. Escuchaba una voz murmurante sobre su hombro todos los días a las siete de la mañana, justo después de pasar frente a un gran edificio con paredes de cristal espejado. ¿Por qué nunca podía ver a la persona que le hablaba? ¿Se estaría ocultando a propósito? Tal vez no había nadie ahí y ella estaba imaginándoselo todo. Después de darle vueltas al asunto durante semanas, la muchacha había comenzado a plantearse la posibilidad de estar perdiendo la cordura.
Aunque los inexplicables episodios rayaban en la esquizofrenia, la chica había aprendido a vivir con ellos. La compañía de otras personas le ayudaba a olvidarse del tema durante varias horas. Sin embargo, cuando se iba a la cama, en medio de la soledad nocturna, los recuerdos regresaban con fuerza. Y el ciclo maldito siempre se repetía al día siguiente.
Pero ¿cómo podría ignorar a la misteriosa voz de sus pesadillas ahora? Esa mañana no era como todas las demás. ¡Estaba completamente sola! Sus conciudadanos habían desaparecido sin dejar rastro. Los oscuros susurros eran el único sonido que podía escuchar.
—Solo unos pocos encuentran el camino. Muchos otros no lo reconocen al encontrarlo, otros ni siquiera desean hallarlo...
Alice se detuvo de golpe mientras el aire escapaba de sus pulmones. Su cuerpo entero tembló como una gota de agua a punto de caer al vacío. Por primera vez desde el nacimiento de aquella locuaz entidad incorpórea, la jovencita pudo comprender con claridad las palabras articuladas. El sombrío tono latente tras cada sílaba pronunciada destrozó el endeble hilo de sensatez que la había mantenido entera hasta ese instante.
—¿Quién eres? —preguntó ella, al tiempo que se dejaba caer de rodillas.
Una fría punzada atravesó su cabeza de lado a lado y la obligó a presionarse las sienes con ambas manos. Tenía la sensación de que su cráneo explotaría en cientos de pedazos en cualquier momento. ¿Acaso perecería allí mismo, sola y sin comprender cuál era el motivo de la prematura condena? La chica en realidad no le temía a la muerte en sí misma, sino al sufrimiento. Si tenían que matarla, rogaba para que su verdugo le concediese un final rápido.