Desaparición.

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En el periódico se muestra de nuevo el caso de múltiples niños desaparecidos, de diferentes edades, varían desde los 6 años hasta los 12, no sigue un patrón específico para elegir sus víctimas, solo desaparecen; nunca se ha encontrado cuerpo alguno de ninguno de los desaparecidos, se van sin dejar rastros. Sin embargo, hay un pequeño dato que alguien entre todo el mundo ha notado: cada 10 años, aquellos niños, en aquella noche, tan solo desparecen. No se sabe en el lugar en el que lo han hecho. Cada pregunta hecha, cada respuesta dada, no tiene relación alguna sobre el lugar donde dejaron de estar. Algunos afirman que simplemente alguien se los llevó a otro pueblo, a alguna ciudad e incluso algunos creen que pueden estar en otro país, pero todo eso es imposible. Si alguien hubiera tomado a los niños y se los hubiera llevado a otro lugar, el rastro de llantas, huellas o pisadas sería visible para los demás, pero no es así, no hay ni una pista sobre el lugar donde puedan estar aquellas criaturas. Halloween, el día perfecto para dejar que tu hijo salga solo, el día perfecto para que aquel, aquella o aquellos lo tomen y te dejen solo. El día perfecto para obtener a sus víctimas.

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Salí de mi casa alrededor de las 8 de la noche, la luz del sol nos había abandonado una hora atrás. Mi disfraz de payaso no era el más original de todos, pero al menos si era el más aterrador de mi grupo de amigos. Nuestros padres por fin nos habían dado permiso para ir solos a pedir dulces, éramos siete niños en total y habíamos salido juntos desde los tres años. Pasar por cada vecindario del pueblo en el que nos encontramos no había sido tarea fácil, pero valió la pena al ver la cantidad de dulces que habíamos recolectado. Estábamos decididos a pasar a todas las casas del lugar y tener el mayor número de dulces para presumirlos en la escuela. Habíamos pasado casa por casa para pedir las golosinas, o eso creía yo.

—Esa casa es nueva, ¿no? -preguntó Erick, uno de mis amigos.

—No que yo recuerde -respondí.

—Jamás había visto esa casa en los años que hemos salido a pedir dulces -dijo

—Seguramente no le tomamos importancia, si no fuera por las luces que están encendidas o las cortinas en las ventanas, juraría que está abandonada -mencioné.

—Será la última casa a la que pasemos -dijo Ashanti.

Caminamos en dirección a aquella casa. Algo me decía que no debíamos de tocar de ahí, sin embargo, no dije nada. Curiosamente, la entrada de aquel lugar era por una puerta en una esquina de la casa, no en el centro, como regularmente está la entrada. El lugar no tenía timbre, por lo que tuvimos que tocar la aldaba en forma de Dragón. Al primer toque nadie salió. Había personas dentro del lugar, lo sabía por los pasos que se escuchaban atrás de la puerta. Segundo toque. Tampoco salió nadie. Tercer toque. Seguían sin aparecer en la puerta.

—Supongo que no obtendremos nada de este lugar, vayámonos -dijo Gulzar con una decepción en su cara.

Antes de que llegáramos a la acera de la calle, una voz a nuestras espaldas nos detuvo. Aquella voz me hizo temblar.

—Chicos, lamento no abrir la puerta antes, estaba buscando otra bolsa de dulces, antes de que ustedes tocaran ya se me habían terminado los que tenía en la entrada -dijo un hombre con un disfraz algo gracioso, algo que parecía un disfraz de Ramen instantáneo. Su sonrisa era cálida, o eso creí al inicio, hasta que volteó a ver en mi dirección, no sabía si era mi imaginación o la mirada de desprecio y sonrisa falsa iban dirigidas hacia mí.

—Creí que no quería darnos dulces, señor -contestó Miguel.

—Por supuesto que no, nunca le negaría un dulce a un niño. Vengan, tomen unos.

Solo una extraña coincidenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora