Una joven flautista

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Subió por las escaleras. Llegaba a mirar por segundos los demás pisos, pero se paró en un portón con marco de hierro. Donde había leones tallados en la madera negra, que parecían observarlo con cautela. El viejo dragón empujó la puerta con sus patas, y así fue hasta la azotea de la estructura. No obstante, alguien se encontraba sentado en el filo. En aquel momento; se escuchaban la flauta de palo, al denotar su pelo castaño ondeando con el viento y su vestimenta azul, con múltiples diseños de corazones en la falda; mientras tocaba. Las mariposas revoloteaban a su alrededor, inclusive se pararon en sus hombros con delicadeza. Carmesí llamó su atención, al suspirar humo de sus fosas nasales. Según sea el caso, la chica detuvo la música y llegó a verle parado en la entrada.

—¡Un dragón! —gritó con su vista temblorosa, mientras se levantaba de un brinco—. No me comas señor dragón. — Le hizo contemplar sus ojos rosados, que le reflejaban misericordia con una cara larga. Sin embargo, Carmesí le veía con extrañeza, tal vez no estaba acostumbrado a observar que alguien le pidiera piedad, y con sutileza se sentó para intentar hacerle entender; que no quería comérsela. Pero ella seguía llorando, y hasta llegó a caminar; donde la luna resplandeciente, que la iluminaba se desvanecía, entre nubes muy robustas que le dejó en plena penumbra.

Por consecuencia, el viejo dragón se acercó hasta ella, al mirarle la cara pálida, con un simple movimiento de su pata, le quitó algo de pelo de aquellos ojos. Aquella joven le miró con incomodidad, porque pensaba que esas criaturas no tenían nada de corazón, y por eso; todas las personas las odiaban. Pero le quedaba claro, que solo eran patrañas de los reyes de esa época.

—¿No me quieres comer? —le preguntó con la voz tímida, mientras palpaba sus escamas carmesí, que parecían agrietadas y rígidas como arcilla. Este movió la cabeza de un lado a otro, para hacerle entender. Ya que los humanos no saben hablar su dialecto, pero era capaz de entenderla. Al decir la joven—: !Que bueno¡ —al escuchar eso, agarró la flauta de la barandilla, y se la acercó con el hocico, porque quería volver a escuchar la dulce melodía.

—¿Quieres que la toque?

Asintió con la cabeza, mientras le veía con sus ojos color esmeralda, que reflejaba preocupación por aquella luz, que se deja observar a lo lejos, donde se escuchaba los gritos de pánico—. !Están atacando otro pueblo¡ —expresó la jovencita, que le miró entre lágrimas—. ¿Por qué los dragones lo hacen?

Al divisar las llamas entre las casas, que parecían de hormigas por su vista, donde observó a los dragones negros. Sin embargo, Carmesí parecía seguro de algo, mientras se tocaba su pecho, que esas criaturas no podrían ser reales, por sólo mirar sus alas con manchas rojas, y por como arrojan una especie de fuego blancuzco—. Lástima por los demás —dijo la joven, al abrazarlo con desánimo. Pero este suspiró humo con odio, porque se sentía impotente ante esa situación muy peligrosa—. No te preocupes, no es tú culpa —le aseguró, levantándose del suelo, en aquel momento; palpa su piel escamosa.

Ellos observaron la terrible escena del pueblo, que le tenía cólera y se notaba en sus iris verdes—. Se hace tarde, tengo que irme a casa. —Al escuchar eso, le puso una cara larga, mientras clava su mirada en los ojos rosados de ella, que podía oír su pequeño rugido tierno—. No llores, te prometo que mañana estaré aquí, ¿vale? —le aseguró la chica de pelo castaño, al caminar hasta la puerta de hierro forjado, que no había notado su diseño de escamas, y algo como un rubí incrustado en su picaporte.

El viejo dragón le seguía el paso, pero al denotar aquella gema, se le pusieron los ojos como grandes melones, y se le ocurrió hacerle a la chica; un simple regalo, que iba a necesitar usar algo de sus poderes de fuego—. Por cierto, mi nombre es Emilia —comentó, mientras ella baja las escaleras de la torre. En particular, aprovechó un poco del metal de aquellos barrotes, que tenía la escalera por las paredes, y miró sus diseños de flores.

—¿Qué estás haciendo? —se preguntó la joven, mirando como salía humo de sus fauces—. ¿! Por qué destruyes este lugar¡? —expresó, intentando apagar las cortinas en llamas, que casualmente recubrían la ventana. Carmesí tenía los ojos fijos en el metal; al rojo vivo que tomó con sus patas—.!Eso está muy caliente¡ —aclaró Emilia, sintiendo el calor en su piel. Por consecuencia, le hacía sudar; al igual que cataratas. Hasta llegó a observar en ese caso, que el viejo dragón forjaba el hierro y combinaba la gema rojiza. Para terminar con lo que parecía una brújula. Que distinguia, la forma de un corazón en su centro; que resplandecía con la luna en el ventanal.

—¿Eso es para mí? —Le preguntó la joven, mientras le veía fascinada. Carmesí le asintió con la cabeza—. ¡Gracias, amigo! —expresó, al tomar el broche de sus patas, donde llegaba a sentir algo del calor en sus manos, pero a pesar de eso; no estaba tan caliente—. Mañana te tocare una serenata, solo para ti —dijo Emilia, caminando junto al gran dragón rojo; que le había mostrado una sonrisa de alegría. En ese momento, ya se encontraban en el patio de la torre, y lo sabía por las estatuas destrozadas por el tiempo, que estaban cubiertas por el manto del profundo bosque.

—Ya me tengo que ir a la granja, pero te aseguro, que mañana nos veremos aquí —le comentó Emilia, acariciando su hocico, mientras le veía sus ojos verdes por la luna en el fondo. Entonces, ella partió rumbo por un pequeño sendero de piedras; y sin embargo, no sin antes ponerse el broche en su pelo.

Ella observó el pequeño camino de grava; por la sombras de los robles, que podía escuchar el resonar de las ramas y le comentó—: nos vemos mañana. —Mientras corría por aquel pasaje, donde se llegaba a contemplar la luna; entre el relieve de la cordillera. El viejo dragón, le veía irse con el broche en su cabello, que le dejó con una pequeña sonrisa en la cara. Sin embargo, le podía distinguir unos arañazos en su vestimenta, que le hizo pensar en el pañuelo morado. Mientras regresaba al lago, parecia verlo con claridad, pero no parecía significativo; y lo pasó por alto, porque tenía que buscar un lugar para pasar la noche.

Entonces, encontró una caverna; que se dejó observar, desde el otro lado de la masa de agua. Parecía vacía, a pesar de eso, tenía cristales colgando del techo, que resplandecían con la luna, de un matiz morado oscuro. Que de seguro; le recordaba a su antigua casa, pero era más grande, y estaba decorada con los pilares morados. El dragón carmesí se paró entre ellos, mientras observa los yerbajos; que sobresalían de las grietas, solo se escuchaba el resonar de las chicharras, comenzó a profundizar un poco en la cueva. Debido a la luz, se le podía apreciar sus ojos color esmeralda, y era lo mismo con sus escamas rojizas, donde sentía el roce con las piedras.

Sin embargo, había encontrado un alfombrado de hojas muertas, que las aprovechó al recostarse; aún que eran poco duras, pero no demasiado para el viejo dragón. Le hacía compañía la blanca luna, cuyo resplandor se reflejaba en el lago. Por el contrario, se tocaba su pecho, donde está el pequeño rubí incrustado; parecía dolerle, porque escuchó las fracturas internas de su propio corazón. Por consecuencia, se fue a dormir con lágrimas en sus ojos. A la par que debía confiar en aquel amor real y sincero, que le pasó por la mente«: solo eso romperá tus cadenas, Carmesí. »Pero aún no tenía idea a lo que se refería, y estaba confundido, mientras deja secreciónes en el colchon.

LIFE IN THE DRAGÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora