Resulta que cuando yo estaba en 4º de la ESO hice dos excursiones. La primera a Londres y la segunda a Toledo y el parque Warner de Madrid (en un mismo viaje). En la Warner ocurrieron muchas cosas, pero la que más cabe destacar es la siguiente...
Allí hay una casa del terror que tiene un precio aparte de la entrada normal (pocas atracciones tenían esta condición) y en aquella en particular te hacía sentir lo que era el auténtico terror. Y mi amigo y yo fuimos para allá a ver lo que era.
Ambos pagamos los cuatro euros extra que era la entrada y entramos junto a otras dos personas en un sitio increíblemente oscuro con unas gafas que supuestamente eran 3D que como tenían la lente oscura hacía que no se pudiera ver apenas nada en aquel sitio. Por el camino nos fueron metiendo sustos de distintas maneras y también nos dieron mucha tensión por tener que andar continuamente no poder parar en ningún momento.
Y aquí viene lo bueno. Yo tengo una serie de "respuestas reflejo" que suelto cuando alguien me está contando alguna cosa y tengo que responder algo rápido y no estoy muy atento. Estas son "Vale"; "Ah, genial"; "Oh, bien" y "Vaya". Hay algunas más pero no se me ocurren ahora mismo.
Una vez dicho esto puedo comenzar. Mientras íbamos mi amigo, las otras dos personas y yo (que iba el último, por cierto) por el camino que teníamos que seguir por la casa encantada; tuvimos que pasar por una zona bastante amplia y mejor iluminada. Sentíamos que nos iba a saltar cualquier cosa encima en algún momento. Cruzamos la habitación con una tensión que se notaba por todas partes y llegamos al final. Justo en ese momento apareció detrás nuestra un señor vestido de cocinero que estaba repleto de sangre (presupongo que no sería suya) y que portaba un cuchillo. Como yo iba el último y era el que más cerca suya estaba se dirigió a mi apuntándome con el cuchillo
- ¡Te quedarás conmigo para siempre! - Me dijo el cocinero con una voz profunda y carrasposa.
- Vale. - Le respondí yo con toda convicción del mundo mientras empujaba a mi amigo para que siguiera adelante.
Los dos que estaban delante y mi amigo soltaron una risilla y pude ver como el cocinero empezó a sonreir de la gracia. No me di cuenta de que había aceptado quedarme con él para siempre hasta que salimos de allí con las piernas temblando y más blancos que la leche.
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Las Crónicas De Un Tipo Corriente
HumorAnécdotas de mi día a día que quiero contar por aquí (Aunque a nadie le va a importar).