4- La magia del gran piano

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- ¿Amaia? ¿Amaia? ¿Estás ahí? Amaiaaa!

- Si, si estoy aquí... ¿Alfred? En el salón. – dijo mientras se quitaba las sandalias llenas de arena.

- Amaia... ¿Dónde estabas? ¿Estáis bien? – inquirió él en tono más de temor al no saber que de reproche. – Te he estado llamando toda la mañana.

- ¡Ay! Lo siento, creo que tengo el modo avión, que cabeza... - dijo sin darle importancia y aún atareada.

- ¿Qué? ¿Qué dices? No, Amaia, he llamado al fijo, a tu madre, a la vecina, nadie sabía nada. Habías desaparecido. – dijo al borde del colapso.

- Yo, yo...

- Amaia he llegado a temer que, no sé, que... que... tú... vosotras... en fin...cosas horribles. Miedo, Amaia, he tenido tan-tanto miedo... - dijo pasándose, en un gesto frenético las manos por la cara, el pelo y la nuca, dejando todo lo que llevaba tirado en el suelo, había olvidado que lo cargaba con la tensión y, quitándose la chaqueta que a pesar del sofoco no recordaba llevar dijo:

- Me ha tenido que decir la vecina del 16 que te había visto paseando sola por la playa. Nadie sabía nada Amaia...

- Lo siento, lo siento – A penas le salía un hilo de voz al empezar a ser consciente de la tremenda preocupación de su marido quién, realmente, parecía una bomba de relojería a punto de estallar. "Jamás lo había visto así" - pensó ella y explicó con intención de que aquello sirviese para justificarse:

- Tuve que irme, Alfred, me ahogaba. Tuve que, que, no sé... salir, tomar el aire... El sofá, el salón, el balcón y hasta el horizonte, el puñetero horizonte de ensueño, se me quedaban pequeños y pensé que lo mejor, no sé, sería un paseo por la playa... salir, andar, airearme.

Lo miró a los ojos, a través de aquellos ahora extraños casi dos metros que los separaban y viendo sus ojos vidriosos intentó explicarse mejor:

- Alfred, ha sido tan bonito. Hemos andado mucho, verdad, estrellita? – dijo hablándole a la aún casi imperceptible tripa – Y, bueno, cuando ya no pude más, me senté en la orilla, y, no sé, no pude evitar meter los pies. Supongo que perdí la noción del tiempo...

Y es que, el Mediterráneo, hasta en la primeriza primavera te abre su alma, cálido, dispuesto a borrar todos esos imponentes temores y serenar corazón y alma...

- Una cosa llevó a la otra, y sin quererlo o esperarlo, le estaba dando vueltas hace tiempo a una idea y surgió, me puse a escribir. ¡Alfred, me puse a escribir! – dijo con ademán conciliador, con expresión de alegría, de sorpresa que intentó contagiar a su compañero quien se había quedado plantado con montones de bolsas a sus pies y expresión atónita.

Y es que, en realidad, quiso decir: "Es que me he puesto a navegar por los recuerdos de toda una vida juntos, junto a ti, el hombre, sin duda alguna, de mi vida... me puse a navegar por todo cuanto dejamos atrás pero (y todavía más imponente) todo cuánto nos queda por delante... y, jolines he tenido la abrumadora necesidad de plasmar mis dudas, así que, en medio de un arrebato de inspiración he empezado , bueno, lo que preveo va a ser mi refugio de papel, mi nube, mi segundo hogar... mi libro. Estoy tan feliz que tengo miedo"

Pero no dijo nada, y en las atareadas mañanas de reposo absoluto recetadas por los médicos, cuando todos la hacían durmiendo, Amaia abría su libreta de tapas azules y dejaba volar sus temores.

Miedo, superstición de que se pudiese "gafar", temor a que la reacción no fuese la esperada... quién sabe, el caso es que había ocurrido así. Por y gracias a su refugio, se sentía un poco menos angustiada, abrumada, mareada... y quería que así siguiese siendo. Así que esto es lo que realmente dijo:

Mi mente viajera (que sigue tus pies)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora