Consecuencias irremediables

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Has trascurrido ocho largos años. No ha cambiado nada en particular, solo el hecho de que se habían cambiado de pueblo tras huir lejos de su lugar natal dejando cientos de cadáveres en el suelo. Con nada más que lo que traían puesto y un valioso libro escrito a mano por su querida madre que pasó a manos de Itachi en cuanto ella murió, dicho elemento no podía caer en manos ajenas y solo ellos podían disponer de sus grandes conocimientos y habilidades.

En el tiempo que llevaban viviendo en su nuevo hogar, la gente lucia feliz y tranquila. Allí parecía no temerse de las mujeres ni hombres, los rumores de magia o hechizaría no habían llegado a sus oídos y querían que permaneciera así o volverían a sufrir lo mismo. Itachi de veinte años de edad, había ganado fama no solo por su atractivo físico sino por las milagrosas curaciones que otorgaba a la gente enferma. Ya sea algún síntoma o enfermedad que lucía incurable a simple vista, era solicitado por los pueblerinos, vecinos o conocidos para que hiciera su trabajo de ayudar. Ocultando el hecho de que podía utilizar magia, camuflaba sus hechizos dándole a cada paciente una simple receta y guardar reposo absoluto por unos cuantos días, a su regreso tras ver que cumplía sus órdenes con facilidad tocaba la zona afectada y en su mente susurraba unas palabras curando su mal. Nadie podía sospechar de esa manera y lo creían un medico asombroso, gracias a ello, él y su hermano menor habían obtenido comida gratis junto a su nueva casa.

Su viviendo se hallaba ubicada junto a un hermoso lago donde la naturaleza adornaba todo su alrededor, alejado de miradas curiosas y como arma de protección. Altas arboledas escondían su cabaña y podían vivir en paz. Nada extraño había ocurrido en ese tiempo, Sasuke fue criado de la mejor manera posible por su propio hermano sabiendo tiempo después la verdadera situación que acompañaba a sus ancestros. Mientras el hermano mayor trabajaba curando enfermos, el menor de dieciocho años se la pasaba sentado junto al lago de aguas cristalizadas descifrando los hechizos del libro de su difunta madre.

Todavía no era capaz de comprender en un cien por ciento las palabras en las páginas de pergamino. A medida que crecía sintió más y más curiosidad por lo que su hermano hablaba en las noches practicando en su habitación, él también quería lograr hacer magia como Itachi, quería ayudarlo y dejar de estar esperando sin hacer nada en todo el día. Le había dado todo desde niño y quería recompensarle, tal vez podrían turnarse e ir a curar a las personas cuando el otro lograra descansar. Había días que su hermano no llegaba a casa, porque viajaba a otros pueblos vecinos solicitado a cambio de una jugosa paga. Podía verlo, Itachi estaba cansado, sus ojeras se marcaban debajo de esos ojos onixs, llevaba días sin dormir a veces por horribles pesadillas y él solo podía contemplarlo en silencio. Aunque dijera que todo estaba bien, Sasuke sabía que en cuento apartaba la mirada o dormía, Itachi lloraba, lloraba porque había matado a mucha gente y a su propio progenitor.

Por eso y otras razones, él debía hacer algo. Debía convertirse en un gran hechicero tal como su hermano. No obstante, todo saldría mal.

—Bene ergo in hoc non est solutio.-susurró emocionado.—Es increíble. He logrado pronunciarlo perfectamente, al fin, al fin podré ayudar a Itachi—Munus quod ruinam, domum tuam vitam aeternam possidebit.

—¡Sasuke! ¡Espera!

Oyó el grito desesperado de su hermano a solo unos metros de él, genial, iba a enfadarse, pensó. Tenía prohibido leer el libro si no estaba presente el azabache mayor, pero no iba a detenerse solo le restaba una línea más y habría logrado hacer un hechizo. No estaba seguro para que serviría, pero no esperaba que se cumpliera en un abrir y cerrar de ojos, después de todo no estaba seguro si el podría tener en sus venas la habilidad innata de su hermano.

—¡Sasuke, detente ya!

—¡Solo me falta traducir una línea!-sonrió. Haciendo oídos sordos a su hermano, prosiguió—Nunquam senex teneas, hoc est lex, et semper erit. ¡Lo logré!-se paró de la yerba girando a ver al moreno, quien llegaba a él agitado y para nada contento.

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