-¡Mierda!- Exclamé mientras trataba de alcanzar aquel taxi que quedaba lejos de la calle.
–¡Pare! Por favor, ¡pare! – El hombre debió de verme por el retrovisor. El coche se desplazaba hacía atrás. Paró a mi lado. El hombre bajo la ventana.
–Oh, gracias a dios. Pensé que nunca podría tomarme un taxi.
-¿Dónde quiere que la lleve? – El hombre ignoró mi breve confesión y me miró de arriba abajo extrañado.
-Tome. –Le entregué un papel donde ponía la dirección de la que sería mi futura casa durante un tiempo.
-Monte. – Dijo devolviéndome el papel.
-Gracias, gracias. –Dije con un tono aliviador. Dejé las maletas en el maletero y subi en aquel taxi típico de Londres. El hombre no me miraba. Era un hombre aparentemente de unos 40 años, con alguna que otra cana y no exactamente delgado.
Mientras conducía entre las calles de Londres, yo estaba sorprendida. A mis 20 años acababa de salir de casa de mis padres y empezaba una nueva vida. Una nueva etapa. Jamás pensé que daría este paso, siempre he sido muy cercana a mi familia y el independizarme me ha dado pánico siempre. Si me llegan a decir esto tres años atrás, no me lo creería, y menos cambiando de país.
-Ya estamos. –Dijo el taxista, borde, seco. Al fin , lo único que debía hacer es llevarme a mi destino, no ser amable.
-Gracias. – Dije yo con una sonrisa en la boca.
-No. – Dijo el taxista. –Gracias no. Son $u20 ( dolares)
-Disculpe… Vengo de uruguay , solo tengo pesos. –Dije yo apenada. No me había acordado del dinero. En absoluto.
-Debe pagarme. –Dijo el taxista apretando un botón. Era el botón que activaba la seguridad de las puertas, con lo cual, no podía salir.
-Está bien. Tome. No sé muy buen cuantas pesos son, pero espero que pueda cambiarlas. – Dije sacando un billete de mi monedero. El hombre los aceptó. Me lanzó una mirada de rencor y desactivó aquel botón.